La tribuna
La vivienda, un derecho o una utopía
La pandemia actual por Covid 19 evidencia la necesidad de intervenir para prevenir enfermedades de trasmisión masivas en diferentes ámbitos, entre los que destacan los centros residenciales donde las cifras de incidencia y mortalidad han sido especialmente altas.
En España, según datos de Imserso, más de 30.000 personas han fallecido por coronavirus en residencias de mayores. Esto, unido a las muertes en las residencias de servicios sociales para personas con discapacidad y otros alojamientos, supone el 35 % del total de fallecidos en España por esta causa.
Probablemente esto se pueda explicar, en parte, por el sistema de gestión de estos centros, el modelo de cuidados que utilizan y las características de sus edificaciones, que pueden dar lugar a situaciones que favorecen la presencia de factores de riesgos como son el hacinamiento o el contacto estrecho entre personas que viven en proximidad con otras, facilitando la propagación del virus, la falta de ventilación, de luz natural o de espacios al aire libre, entre otros.
Aunque el riesgo ante la covid-19 en las personas que conviven en un cohousing puede ser el mismo que para las que lo hacen en una residencia tradicional, el modo en que estos centros se gestionan, se cuida a sus residentes o se diseñan los espacios se ha demostrado más eficaz para reducir las tasas de incidencia y de mortalidad entre sus residentes
En España el número de cohousing en funcionamiento o en desarrollo está aumentando progresivamente. Ejemplos como Santa Clara en Málaga, Trabensol en Madrid u Olivar Plaza, promovido en Sevilla por la cooperativa Cuslar ponen en valor un sistema de gestión, unas estrategias de cuidados y un diseño arquitectónico que han protegido a sus residentes en las situaciones de pandemia que nos afecta.
El sistema de gestión de estos centros, transparente, participativo y en manos de los propios residentes, facilita la toma de decisiones en situaciones de crisis y priorizar el bienestar de estos frente al beneficio empresarial de los centros privados.
En el cohousing la vida no está medicalizada, por lo que la entrada y salida de personal sanitario es mínima. Además, los cuidados suponen una interrelación entre los vecinos y vecinas asimilable al modelo de cuidados familiares, lo que implica una menor presencia de cuidadores externos. Por otro lado, la atención integral centrada en la persona promueve cuidados individualizados que velan por la dignidad y por sus derechos y responde a sus necesidades.
Los espacios se construyen contando con apartamentos independientes, dotados de las instalaciones necesarios para que, ante una necesidad, los residentes puedan permanecer aislados en los mismos durante el tiempo necesario.
En el caso de Olivar Plaza, el edificio diseñado por el prestigioso equipo de arquitectos Albala&Cordero, dispone de 35 apartamentos independientes, amplias zonas comunes y un área de cuidados para personas que lo necesiten. Presta gran atención a las zonas de tránsito y a la separación de espacios privados y zonas comunes, lo que permite limitar los desplazamientos innecesarios y restringir los contactos.
El diseño de los apartamentos, que incluye salón comedor, cocina, baños, dos dormitorios y terraza independiente, permite, en caso de aislamiento, permanecer en la vivienda contando con todas las comodidades, y poder tomar el sol o permanecer al aire libre en las terrazas. Como sabemos la falta de vitamina D, que está muy relacionada con la escasa exposición a la luz solar, es uno de los factores de riesgo frente la Covid 19.
Otras medidas como las de ventilación se han tenido en cuenta consiguiendo que todas las estancias de las viviendas y zonas comunes sean exteriores y exista ventilación cruzada en todas estas. También se dispone de más de 2.000 metros cuadrados de zonas ajardinadas y de dos grandes terrazas comunitarias.
Nuestro centro contará con un número reducido de convivientes, unas 50 personas, lo que, unido a la ausencia de visitas masivas de familiares en horarios concretos, evitará la confluencia de personas, el hacinamiento y los contactos con personas externas.
Por otro lado, las distintas edades de sus residentes, que en nuestro caso incluyen tres grupos etarios (menores de 60 años, entre 60 y 70 y mayores de 70 años) en un rango actual que va desde los 36 a los 75 años, permite disminuir el riesgo ligado a la edad e integra a personas de distintas generaciones que comparten recursos y experiencias complementarias.
Tampoco podemos olvidar que la autogestión que desarrollamos, basada en la economía social sin ánimo de lucro, no solo requiere de una menor aportación económica (entre 900 y 1200 euros mensuales) que en las residencias tradiciones, sino que rompe con la filosofía de la gestión privada de los cuidados, imperante en nuestro país, cuyo principal objetivo es el lucro y la maximización de sus beneficios y que se está demostrando obsoleta e insostenible.
Por todo ello, podemos afirmar que los modelos de viviendas colaborativas o cohousing no solo resultan una alternativa a las residencias tradicionales, sino que son una apuesta fundamental para promover la salud de sus residentes pues, contribuyen a mejorar su calidad de vida, evitar la soledad y el aislamiento y prevenir la trasmisión de enfermedades como las que nos ocupa.
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