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El término clase que figura en el título de este artículo, no se refiere al lugar en el que se imparte la enseñanza –el aula–, sino a la clase social. Lo que se quiere decir es que en el campo de la educación sigue avanzando la tendencia de que los distintos grupos sociales –unos con más decisión que otros– tienden a agrupar a sus hijos e hijas en los mismos centros escolares, de manera que estos son cada vez socialmente más homogéneos. Cada clase con su escuela. Ciertamente esto no es ninguna novedad, pues hace ya muchos años existían los colegios de pago y los colegios de balde. El impulso que recibió el sistema público de enseñanza en la década 80-90 del pasado siglo, fue amortiguando esa drástica segmentación de la geografía escolar; incluso hizo concebir la esperanza (y la ilusión) de que la escuela contribuiría a reducir las desigualdades sociales.
Pero lo que vemos en los últimos años es algo muy distinto: el creciente aumento de la desigualdad económica y social tiene su reflejo en la escolarización, de manera que asistimos también a un aumento de la segregación escolar de tipo social, es decir, de la separación del alumnado en distintos tipos de centro según su origen social. A este respecto, España se encuentra entre los países de la UE con un sistema más segregado en Educación Secundaria, especialmente entre las clases medias y altas, lo que revela una fuerte tendencia hacia la polarización en los estratos superiores. Los datos por CCAA revelan que el mayor índice de segregación lo tiene Madrid, mientras que Andalucía se encuentra en un nivel intermedio.
Sin duda la fragmentación urbana es un factor muy relevante para explicar esta realidad. Las dificultades para acceder a una vivienda han profundizado la división por clase social de la residencia –la segregación residencial– en las grandes ciudades, lo que tiene consecuencias en las características de los centros escolares según la zona de la ciudad en la que se ubiquen. Por otra parte, por razones de muy diverso tipo, las familias, suelen preferir que sus hijos e hijas crezcan y se socialicen junto a otros jóvenes de su mismo entorno social, para lo que la escuela suele ser un medio muy eficaz. Por este motivo, tratan de escolarizarlos en centros socialmente afines, una práctica más habitual en familias de clase media que disponen de recursos para posibles desplazamientos, y sobre todo, de información. Finalmente, las políticas educativas no son ajenas a esta dinámica, pues, efectivamente, planificando la escolarización según la demanda (como se determinó en la Lomce), promocionando centros privados y facilitando en ellos su escolarización –mediante la fórmula del distrito único escolar u otras–, hacen posible la concentración del alumnado de similares perfiles sociales en centros escolares muy concretos. Unos generan un efecto de atracción, mientras que otros terminan produciendo exactamente lo contrario, de manera que la polarización se va multiplicando de forma geométrica.
Diversos organismos internacionales han mostrado su preocupación por el fenómeno de la segregación escolar por razones socioeconómicas (o de otro tipo). Supuestamente la escuela debería favorecer la cohesión social, pero la realidad es que a más separación entre distintos tipos de alumnos, menor interacción y vertebración entre ellos, con lo que su papel en relación con la desigualdad termina siendo una mera ilusión no exenta de cierta ingenuidad. También se ha hecho notar que este tipo de segregación influye globalmente en el rendimiento académico mediante lo que se ha denominado el “efecto pares”. En este sentido, se argumenta que la convivencia entre alumnos con mayores y menores dificultades de aprendizaje mejora los resultados de los primeros (aunque no se precisa qué efectos produce sobre los segundos), un efecto cuya evidencia, no obstante, es discutida por algunos investigadores. Es decir, la segregación escolar es vista como un obstáculo para la igualdad de oportunidades, pues produce la concentración de alumnos con más dificultades, generando contextos complicados de gestionar, mientras que sucede lo contrario en el otro caso.
En definitiva, el hecho de que, por las razones esbozadas anteriormente, alumnos y alumnas de distinto origen social tienden a concentrarse en distintos tipos de centros escolares, quiebra el deseo de hacer de la escolarización un medio para corregir la desigualdad que caracteriza a nuestra sociedad. Quizás se atribuya a la escuela un papel que no está en condiciones de asumir, aunque seguramente se puede hacer algo más.
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