Ángela Parra

La ciudad y los cangrejos

La tribuna

La ciudad y los cangrejos
La ciudad y los cangrejos

23 de abril 2024 - 01:00

Ornamento y delito es el nombre de la charla pronunciada por Adolf Loos en la Viena de principios del siglo XX y considerada uno de los hitos fundacionales del Movimiento Moderno en Arquitectura. Y puede que también fuese ese el punto de partida intelectual de Gabriel Lupiáñez Gely y Aurelio Gómez Millán, cuando en 1926 presentaron su propuesta al concurso público para la construcción de un Mercado Municipal en la Puerta de la Carne.

Podría expandirme en el contexto social e histórico del proyecto, en la biografía de sus creadores o en su singularidad histórica no solo a nivel local sino nacional, pero me gustaría explicarles por qué a día de hoy el Mercado de la Puerta de la Carne, que cumplirá 100 años dentro de poco, sigue siendo un magnífico ejercicio de buena arquitectura y, sobre todo, moderno.

Sensibilidad, valor, funcionalidad e ingenio. Estos cuatro conceptos son los que en mi opinión mejor describen al proyecto del Mercado: un proyecto sensible con su implantación, sensible a las vanguardias de su época, sensible a una Sevilla paupérrima y carente de infraestructuras modernas, que supo dotar a la ciudadanía de un espacio público económicamente viable. Valiente, tanto por distanciarse claramente del estilo regionalista predominante como por el uso del hormigón armado no solo como un elemento estructural sino como una herramienta de expresividad material y estética.

Funcional, porque recogiendo la tradición de los antiguos mercados supo resolver la programática que se le exigía de manera limpia y eficaz. El perímetro se colmató con comercios de carácter permanente en planta baja y oficinas en la primera planta, permitiendo liberar el espacio central para los puestos de carácter temporal y facilitando una circulación más fluida para el visitante. Ingenioso, por su dominio de la escala en la relación con los usos, ese gran espacio central que te retrotrae a las grandes plazas de abastos al aire libre. Todo esto gracias a las grandes costillas o vigas que atraviesan los arcos de la cubierta filtrando la luz del cielo sevillano que resulta en ocasiones agresiva.

Uno de los primeros recuerdos que aún conservo de las visitas en mi niñez al Mercado es la amalgama de olores, luces y sonidos, entre los que hay un detalle que evoco con nitidez: los cubos repletos de pequeños cangrejos aún vivos que chapoteaban alegremente ajenos a su fatídico destino bajo la atenta mirada del pescadero. Esto me hace pensar en el impacto que pueden llegar a tener ciertos espacios públicos en la identidad y memoria de una persona más allá de su huella arquitectónica.

El Mercado se encuentra en un estado de deplorable abandono y ruina. Es una pena que en una ciudad en la que ciertos colectivos se presentan como paladines de la defensa del patrimonio, no blandan su espada para defender ejemplos pioneros de arquitectura sevillana. Quizás deberíamos aprender de los cangrejos y caminar hacia delante sin dejar de mirar atrás.

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