La tribuna
Cincuenta años después
Se cumplen este año de 2025 los cincuenta de la muerte del dictador Francisco Franco, en torno a lo cual el Gobierno ha anunciado la celebración de diversos actos, lo que ha dado lugar a una polémica un tanto absurda desde una perspectiva democrática, a la luz de un hecho incuestionable: la desaparición de Franco fue la condición necesaria para liberar a España de la dictadura, haciendo posible la llegada de un sistema democrático – condición suficiente– que nos ha convertido en el país que somos hoy.
No es mi intención terciar en esa polémica, sino ahora, que todavía es tiempo, intentar recordar y reconstruir cómo era aquella España tal como la vivía un joven adolescente de entonces, pensando sobre todo en quienes nacieron bajo la democracia, para que sepan de dónde venimos. Mi generación se había criado en los coletazos de los años del hambre, conocimos las cartillas de racionamiento, vimos los centenares de andaluces que salían cada noche con su maleta atada en los trenes hacia Cataluña, Euskadi, Francia, Alemania y otros destinos, estudiamos en una escuela en la que era obligatorio cantar en formación militar el himno fascista antes de empezar las clases, nos enseñaron una historia de España que era una sucesión de “heroicos y patrióticos caudillos” empezando por Indíbil y Mandonio, continuando por Viriato, el Cid, los Reyes Católicos, Agustina de Aragón, y culminaba con Francisco Franco.
La única información que recibíamos los españoles era el parte de Radio Nacional y el NODO que se emitía en todas las salas de cine, y la única prensa la del Movimiento Nacional y los Sindicatos oficiales. Los libros, todos, estaban sometidos a la censura previa, salvo los de autores directamente prohibidos, como Antonio Machado, la Generación del 27, Luis Cernuda, Valle Inclán, Miguel Hernández y tantos otros.
Los trabajadores que no aceptaban el sindicato único impuesto por el franquismo y defendían el derecho de huelga sabían que serían perseguidos y encarcelados por ello. Los estudiantes que no aceptaban ser representados por el sindicato único del SEU y disentían de la estructura y los métodos autoritarios del franquismo sabían que podían ser perseguidos, expedientados o encarcelados. No existían ni la libertad sindical, ni la libertad política, ni la libertad de cátedra, porque siempre todo era único: un partido único –el Movimiento Nacional– un sindicato único, una prensa única, un pensamiento único. Quienes hoy se atreven a calificar al gobierno como autoritario cuando no dictatorial deberían de hacérselo mirar, porque su misma libertad para decirlo y propagarlo es la mejor prueba de su falsedad.
La dictadura, no contenta con perseguir y reprimir a miles de maestros y maestras republicanos, no satisfecha con ganar la guerra y exterminar todo vestigio de la república, pretendía, además, reescribir la historia de España para legitimar su traición y su barbarie como parte de un destino sublime y transcendental. Se trataba de formular un relato, trufado de autoritarismo, sadomasoquismo y fervor religioso, para inculcarlo en aquella sociedad rota, dividida y llena de temor, para conformar y controlar nuestra manera de pensar, sentir y vivir.
Aquella España de los años sesenta y setenta del siglo pasado siempre me pareció que encerraba una verdad alternativa: ¿cómo habría sido nuestro país si no hubieran sido expulsadas, desterradas, cuando no fusiladas, tantas y tantas personas, científicos, artistas, escritores, profesionales? ¿Qué España habría sido posible sin la enorme pérdida de capital humano que trajo la dictadura? ¿Cuántos españoles que contribuyeron en el exilio a la pujanza intelectual de México o Argentina habrían dado de sí tanto o mucho más al progreso científico, cultural y económico de su patria si no se hubieran visto forzados al exilio?
Dar respuesta a estas preguntas es, sin duda, imposible, pero su mera formulación debería de servir para darnos cuenta de la magnitud del expolio moral que sufrió España como consecuencia del golpe de estado de 1936, de la guerra civil, y de los cuarenta años que le siguieron.
Esa era la España en la que la muerte de Franco abrió las puertas al proceso de paso de la dictadura a la democracia que se ha denominado Transición. Una sociedad que ansiaba la libertad, que no quería vivir más con miedo, que no quería volver a la confrontación civil, que anhelaba vivir en paz para progresar. Por eso sí me parece muy útil que hoy hagamos entre todos un esfuerzo por saber de dónde venimos, para poder valorar lo que tenemos, y no permitirnos dar ni un solo paso atrás.
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