La tribuna
No es arte, es violación
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Como los adolescentes de la ya antañona película de Pedro Lazaga, la alegre muchachada de la XXIII promoción de la Academia General Militar que recientemente ha puesto en aprieto al Rey con su manifiesto, también hizo el Preu, pues nacieron alrededor de 1945, lo que es muy revelador de su situación laboral. Todos ellos, tras dejar el colegio, ingresaron en unas Fuerzas Armadas entre cuyas características sobresalía la endogamia y el aislamiento de la sociedad, como señalaron los estudios de uno de sus miembros, Julio Busquets, o los de Rafael Bañón y José Antonio Olmeda. Unas Fuerzas Armadas las de entonces que se cocinaron durante el franquismo con ingredientes anteriores, algunos ya algo rancios, como los pronunciamientos decimonónicos, la guerra de Marruecos o el asalto a la sede de la revista Cu-Cut. Un guiso que se acabó de cocer en el fuego conspirativo contra la República y con la victoria de la Guerra Civil. El resultado fue un tipo de ejército muy politizado que respondía antes al modelo institucional que al ocupacional, como dirían Charles Moskos y Morris Janowitz. Es decir, unas Fuerzas Armadas que, según pensaban muchos de sus miembros, tenían una misión trascendental en la sociedad que iba más allá de sus funciones. Algo que el régimen del general Franco se esforzó en confirmar.
No es de extrañar que algunos de los miembros de la XXIII promoción, por obvias razones históricas, tengan una idea de su profesión y de su estatus que además de rancia, no coincide con los rumbos señalados en el ordenamiento político surgido de la Constitución de 1978, ese que ahora, quienes quieren rematarlo desde un extremo u otro, han dado en llamar régimen con evidente intención agit-prop. La opereta del 23-F, una mala adaptación de los pronunciamientos del siglo XIX y del baedeker golpista de Curzio Malaparte, que podía haber sido una tragedia, el baño cosmopolita de la Alianza Atlántica, las misiones de paz así como los cambios en la enseñanza militar, parecían haber dado un baño de impresión y de realidad a las Fuerzas Armadas, alumbrándolas, con algún fórceps, al mundo democrático.
Pero no se puede uno fiar pues ahora, en plena pandemia, ¡qué momento!, entre los más entusiastas y combativos pero también entre los más nostálgicos y olvidadizos del articulado constitucional, que suelen ser los de más edad y por ende los que a nadie representan, rebrota ese regusto por sacar pecho sin que nadie se lo pida y sin que las ordenanzas, antaño sagradas, lo contemplen. Los más caracterizados de la XXIII promoción, sin duda próximos al nuevo partido que les ha mostrado públicamente su apoyo, han redactado una carta que han firmado algunos de esos antiguos chicos del Preu, ahora devenidos en pensionistas protestones. En ella se quejan al Rey del dolor, más de Mingo Revulgo que unamuniano, que les produce el estado del reino, y no precisamente por razones sanitarias o sociales, que también existen. Un procedimiento de queja que muestra el desconocimiento o la voluntad de ignorar el papel que la Constitución atribuye a las Fuerzas Armadas y a la Corona, así como un deseo de protagonismo que ruboriza. Se trata de un gesto de casino que perjudica a las propias Fuerzas Armadas -una de las instituciones del Estado más valoradas, excepto entre quienes reniegan del propio Estado- y hace bueno, desde la perspectiva de la Corona, aquello de que con estos amigos no hacen falta enemigos, que además los tiene.
Queda claro que algunos de estos jubilados ciertamente están hechos unos chavales, en forma y con las botas a punto para el orden cerrado o la marcha serrana, y quizás dispuestos a repetir el sainete cinematográfico Vogliamo i colonnelli, en el que Mario Monicelli reedita la figura de Pirgopolínices, el protagonista de la comedia de Plauto, Miles Gloriosus. Y es que tanto tiempo de retiro ha hecho que a algunos se les olvide que el mando operativo es cosa de los jóvenes oficiales, que están en lo suyo, y que sus tribulaciones, con otras conclusiones, también las comparte la sociedad española que no milita en el populismo nacionalista.
Como se ve, el problema -eso de institucional u ocupacional- viene de lejos, así que lo mejor es que esos jóvenes septuagenarios a los que tanto gustan las proclamas dejen en paz al Rey, que bastante tiene, y a las Fuerzas Armadas, a las que no pertenecen desde hace años. Lo mejor es que hagan lo que harían ahora los chicos del Preu: utilizar el más privado guasap, como hacen algunos de sus colegas del Aire en su chat, quienes lo usan, con más generosidad que acierto, pues están en su derecho…constitucional, por supuesto.
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