Juan Carlos Rodríguez Ibarra

Del amor al odio... y al miedo

La tribuna

Del amor al odio... y al miedo
Del amor al odio... y al miedo / Rosell

19 de agosto 2019 - 02:31

Resulta difícil aceptar la situación que semana a semana se presenta ante nuestros atónitos ojos. La matanza de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas sigue ocupando páginas y páginas de los medios de comunicación social sin que parezca que el triste y desgraciado fenómeno tienda a desaparecer o, por lo menos, a rebajar su intensidad. Artículos y opiniones contribuyen a explicar las causas que aparentemente contribuyen al asesinato semanal, a la violación o a las agresiones grupales a mujeres.

Lo que todavía no admite explicación es el asesinato de los hijos de las mujeres con las que los asesinos han compartido paternidad o vida en común. Cada vez son más las noticias que nos avisan de la muerte de un hijo a manos de su padre o de la persona que convive o convivía con la madre del asesinado. Sólo quienes sufren las consecuencias del odio que se apodera del macho abandonado por su pareja puede entender e interpretar las razones de la crueldad que significa matar a los hijos antes de acuchillar a la madre o matarla de pena.

Son varias las voces que se han levantado reclamando para los padres la guardia y custodia compartida frente a la tendencia de los Juzgados de Familia, que normalmente otorgan esa potestad a las madres. Si no ocurrieran asesinatos como los descritos anteriormente, podría entenderse que padre y madre sienten el mismo amor por sus hijos, independientemente del camino que la vida reserve a la pareja. Ocurre que cuando un padre, separado de su pareja, mata a un hijo de ambos está poniendo de manifiesto que odia a su mujer y madre de ese hijo con tal intensidad que este se pone por encima del amor a los hijos. Son tales los deseos que se apoderan del asesino de lacerar a la mujer que llega a la conclusión de que matando a sus hijos la atormenta dándole donde más le duele. Ese odio, ese rencor, ese encono, ese malquerer, esa saña que llega hasta el extremo de matar al propio hijo para mortificar a la mujer jamás encuentra su correspondencia en sentido contrario. La guardia y custodia en casos como los descritos sirven para utilizar a los hijos y hacer visible la inquina a las madres hasta el límite de la muerte de aquellos a los que se tenía la obligación de guardar y custodiar y no de matar por muy fuerte que sea el odio acumulado. Aquí sí que no se puede eliminar la violencia de género para sustituirla por la violencia familiar, porque no se conocen casos de mujeres que matan a sus hijos para manifestar su odio al marido. A lo más que llega una mujer que vive en pareja con un hombre es a poner el miedo al macho por encima del amor a los hijos. Ese miedo, que debe resultar paralizante, es el que explica el ocultamiento del maltrato del tipo que sea que sus parejas masculinas infringen a sus hijos. La única explicación que puede hacer digerible la noticia del pasado día 11, en la que se nos informó de que agentes de la Guardia Civil detuvieron a un hombre en la provincia de Valencia como presunto autor de un delito de abusos sexuales a tres menores de edad y, también, fue detenida la madre de las tres víctimas por consentir supuestamente los abusos del padre y padrastro de las tres niñas menores, es el miedo infernal que esa mujer le tendría a su pareja y padre biológico de una de las tres niñas agredidas sexualmente. Miedo que no resulta extraño si sabemos que en otras ocasiones, el asesinato de los hijos va acompañado del apuñalamiento de la madre, de lo que se deduce que antes de matar a los hijos, la pareja de la mujer ya ha practicado la violencia con ella en multitud de ocasiones.

Han hecho bien nuestros legisladores endureciendo las penas por violencia de genero, pero se sigue matando, violando y agrediendo a mujeres con la misma intensidad que cuando la legislación no individualizaba ese clase de delitos. Tampoco la acción policial es capaz de controlar y detener esa violencia cuando el autor decide ejercerla en su grado más cruel. Sólo la acción activa en el sistema educativo sería capaz de contener esa lacra, consecuencia de la visión que el macho tiene de la mujer. Todos los centros educativos españoles deberían dedicar un día al trimestre a convertir sus aulas en laboratorios de igualdad de género en los que los escolares, desde que pisan un centro hasta que salen del sistema educativo, organicen por su cuenta, con el apoyo de profesores y las AMPA, debates, mesas redondas, coloquios, conferencias, sesiones de cine-fórum, teatro, conciertos, etc., con la presencia de profesionales de todo tipo. Pienso que esa actividad escolar, vivida y organizada por los propios escolares, generaría adultos que modificarían su mentalidad tras 18 o 20 años, no estudiando la teórica sobre derechos, sino organizando actividades que pongan en evidencia y eliminen los rasgos de machismo que desde el nacimiento se van colando imperceptiblemente en la personalidad y mentalidad de la sociedad. Se trata de perder un día de clase al trimestre para ganar una vida decente.

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