Antonio Porras Nadales

Vanguardia

¿Por qué tenemos que empeñarnos en estar siempre a la vanguardia mundial de algo?

03 de febrero 2022 - 08:34

Es la pretensión absurda y reiterada que tratan de transmitirnos nuestros gobernantes: el orgullo de pretender que estamos siempre a la vanguardia mundial en algo. Un tipo de discurso que inconsciente y reiteradamente nos vienen repitiendo ante cualquier iniciativa. Ahora hasta resulta que estamos en la vanguardia de la normativa laboral, con los nuevos proyectos impulsados por la Vicepresidenta Yolanda Díaz. En una tierra como Andalucía, donde convivimos milenariamente con cifras alucinantes de desempleo, venir a decirnos que los españoles estamos a la vanguardia mundial en el ámbito laboral parece como una burla indecente.

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Vanguardia / Rosell

Pero se trata de un estilo donde parece que nos alimentamos y nos refocilamos de forma difusa y generalizada, como cerdos hozando en su propia zahurda. Cuando estalló la pandemia, ¿se acuerdan?, estábamos a la vanguardia en las políticas sanitarias y del desarrollo autonómico. Y ahí debemos seguir, al parecer. Aunque a lo mejor, ante un choque tan brutal con la propia realidad, ya se nos está olvidando.

¿Por qué tenemos que empeñarnos en estar siempre a la vanguardia mundial de algo? ¿Por qué no podemos aspirar simplemente a ir en el mismo pelotón que los países de nuestro entorno? ¿Por qué intentar transformar nuestras debilidades en exhibiciones de musculatura, como si quisiéramos autoafirmarnos en nuestra propia fragilidad y alcanzar la categoría de auténticos gigantes; por qué ese empeño en exhibir capacidades que no tenemos o virtudes de las que carecemos; por qué seguir haciendo de pintorescos quijotes ignorando nuestra triste y mediocre realidad? A veces parece como si hubiéramos olvidado aquel viejo refrán castellano que dice “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Sin darnos, cuenta seguimos colgados de aquella “España es la mejor” de Manolo Escobar.

Si luego resulta que no somos considerados como un país serio, no deberíamos extrañarnos. Una potencia mediana, que ni siquiera es considerada por la Casa Blanca como interlocutor válido cuando nos enfrentamos a la grave crisis de Ucrania, y que pretende, encima, ir haciendo ejercicios cotidianos de liderazgo mundial, es algo que parece, visto desde fuera, lo más ridículo del mundo. Ni teníamos la mejor sanidad, ni el mejor sistema autonómico, ni tenemos el mejor sistema laboral. No tenemos tampoco las mejores Universidades ni el mejor sistema educativo del mundo. No estamos a la vanguardia de nada. Si ahora hasta resulta que no sabemos siquiera cómo gestionar adecuadamente los fondos de la Next Generation que nos llegan de Bruselas. Somos un país mediano lleno de medianías que gustan de presumir como enanos encelados para llenarnos de autosatisfacción estéril.

Si estuviéramos a la vanguardia de tantas cosas, la tarea de nuestros gobernantes sería, al final, muy sencilla: no habría que hacer nada, sino dejar las cosas ir por sí mismas en su brillante liderazgo mundial. A lo mejor esa es la clave de la reiterada pasividad de nuestra clase gobernante: si nos consideramos a la vanguardia mundial en tantas cosas, lo mejor será dedicarse al simple postureo, a los discursitos ante los medios que sueltan diariamente nuestros líderes, y a la pura diversión colectiva; con las puertas abiertas a los locales de ocio y turismo y alegría popular, como si ya hubiéramos echado fuera la pandemia.

Las iniciativas colectivas de progreso histórico sólo pueden montarse sobre la base de una percepción crítica de la realidad; sólo conociendo nuestras insuficiencias y nuestras debilidades como país podremos avanzar por un camino de regeneración democrática y de progreso social. Lo que implica la necesidad de aceptar humildemente lo que somos: porque donde sí parece que estamos realmente, por ahora, es más bien a la vanguardia mundial en la subida del precio de los carburantes y de la electricidad; y acaso de la corrupción y de las mafias partidistas.

No estamos a la vanguardia de la transparencia ni del respeto a las instituciones independientes; ni estamos a la vanguardia de la lucha contra la pobreza y el desempleo, o contra el cambio climático. Ni mucho menos en participación ciudadana y respeto a los derechos humanos. Ante este falso entorno cultural de autosuficiencia y narcisismo, todos nuestros esfuerzos colectivos carecerán de la capacidad de empuje colectivo para conseguir generar sinergias constructivas a medio plazo. Sin una mínima perspectiva crítica, nunca seremos capaces de enfrentar la realidad para tratar de mejorarla.

Siguiendo ese mediocre recorrido histórico, saltando de vanguardia en vanguardia, es posible que al final acabemos, en efecto, liderando la lista de países dispuestos a tirarse de cabeza por el precipicio que conduce hacia los llamados estados fallidos.

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