León Lasa

Superficiales: el picoteo permanente

La tribuna

Es muy difícil negar que la Red se usa para fines banales, poco educativos. En el ranking de páginas web más visitadas, las pornográficas ocupan el liderazgo

Superficiales: el picoteo permanente
Superficiales: el picoteo permanente / Rosell

17 de junio 2024 - 01:00

Hábitos. Lo observo a menudo. Son algunas de las ventajas ( o no) de pasar en soledad gran parte del día. Me siento a tomar un café en cualquier terraza. En Cádiz, en Jaén o en Soria. Da igual. El cielo está despejado, hace fresco y se palpa la primavera rozándonos la piel, acariciándonos. Llevamos las manos desnudas. Libres. Ni siquiera reloj en la muñeca. La costumbre nos ha hecho calcular el tiempo con errores despreciables. Solamente en contadas ocasiones el Omega Speed Master, el que llevó Armstrong a la Luna; regalo del desaparecido Logroñés. Un recuerdo. Algunos gorriones se acercan a esperar las migajas que, con su perseverancia, se ganarán. Lo saben. Me lo ven en la cara. En la mirada. Lo intuyen. Aguantan. Y ganan.

Saboreo en la mesa el café recién hecho y, si la mañana es proclive, los churros. No tan sanos como un cuenco de muesli ecológico, pero mucho más apetitoso. Dejo el café y observo alrededor. Unas ocho mesas ocupadas por estudiantes, trabajadores, funcionarios...La mitad de ellas de forma individual. Dos por parejas. Y otras dos por grupos. Hay un elemento omnipresente en las ocho mesas. Un elemento novedoso. Revolucionario. Desde pocos años a esta parte. Un elemento cuya ausencia, olvido, robo o perdida es capaz de provocar ataques de histerismo. Las cuatro personas que ocupan las mesas de forma individual se encuentran enfrascadas en la pantalla táctil y minúscula. De las dos parejas, una no aparta la vista del chisme. La otra lo hace intermitentemente y teclean con igual frecuencia. Los dos grupos mantienen parecida actitud.

Visionario. Lo fue, en la modesta opinión de algunos, Blaise Pascal, el filósofo francés, cuando a mediados del siglo XVII dejó escrita su famosa máxima (que algunos nos tatuaríamos en caracteres chinos en nuestro cuerpo): “Todos los problemas del hombre vienen de una sola cosa: no saber estar solos con ellos mismos en una habitación”. Genial. A esa frase hoy día podríamos añadir: “Sin su Iphone”. El móvil ubicuo, permanente, sonando, incluso, en los momentos más sensibles de una ceremonia religiosa. No sin mi móvil, podría ser el motto de cualquier campaña publicitaria, de cualquier anuncio de los actuales.

El escritor norteamericano Nicholas Carr lo predijo de forma casi profética en su magnífica obra de hace más de una década: Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?. Un libro esencial, premonitorio y, a pesar de su contenido (creo que fue editado en ingles en 2010), casi optimista en su pesimismo. Se analizaba el fenómeno de la Red desde varios puntos de vista comparando el mismo con descubrimientos o avances tan esenciales en la Historia del Hombre como el fuego, la escritura o la imprenta. Y no creo que sea para menos. Internet, y sus derivados, es una herramienta casi mágica. Que permite disfrutar en medio del campo a Beethoven o The Byrds; ver una película de John Fotd o Victor Erice; o hablar con alguien en Argentina mientras le vemos. Impensable hace nada.

La Red. Como la inmensa mayoría de visionarios y adelantados, Carr fue tachado en su día de agorero, de poner el foco principalmente en lo negativo que Internet acarrearía, pero no, como se suele decir, en sus inmensas posibilidades de aplicación. Nadie las niega, ni siquiera el escritor americano. Como ha ocurrido con tantos inventos en la Historia (pensemos sin ir más lejos en la energía atómica, solamente utilizada en forma de bomba por los Estados Unidos en una guerra ya periclitada), cierto es que todo depende del uso que se haga de ellos. Pero es muy difícil negar que el móvil, la Red, se usa y abusa con demasiada para fines banales, poco educativos. En el ranking de páginas web más visitadas, las pornográficas ocupan el liderazgo. Las de contactos y deportes le siguen a poca distancia. No figura Cervantes. No alberguemos, pues, demasiadas quimeras e ilusiones al respecto. No sólo el tiempo que se ocupa con el móvil no para de crecer, sino que la banalidad de su contenido continúa en ascenso. Algunos mohicanos se resisten a estar en Facebook o Instagram. Defienden y abogan de manera quijotesca por el encuentro frente a unas cervezas o, en el peor de los casos, por una llamada a la vieja usanza. Pobres majaderos.

Escribió hace mucho el poeta: ¿Dónde está la sabiduría que perdimos en favor del conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que sacrificamos por información? Pero hoy podríamos añadir: ¿Dónde la serenidad que sacrificamos por el picoteo permanente?

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