Marcos Pacheco Morales-Padrón

Silencio y olvido en torno al puente de Hierro

El autor repasa la historia de esta estructura, que fue el primer puente levadizo de la ciudad y ha cumplido 97 años, un patrimonio industrial de Sevilla cuyo futuro es incierto

Silencio y olvido en  torno al puente de Hierro
Silencio y olvido en torno al puente de Hierro / Marcos Pacheco Morales-Padrón

15 de octubre 2023 - 06:00

Este año el puente de Alfonso XIII, popularmente conocido como “de Hierro”, está de triste aniversario, pues ha cumplido tanto 25 años (1998) desde su desmontaje, como veinte (2003) desde que fuera arrumbado tras una cancela junto al barrio del Heliópolis.

Esta malquerida infraestructura ha sido para Sevilla casi una institución por ser el segundo puente que la ciudad tuvo, y el primero de carácter levadizo. En su momento, 1926, su construcción estuvo considerada como todo un hito de la ingeniería española. Sin embargo, hoy la realidad dista mucho de ser tan merecedora de elogios.

Fue proyectado en 1911 para instalarse en el canal de Alfonso XIII, pues dicha corta del Guadalquivir iba a dejar a la dehesa de Tablada incomunicada. Sin embargo, la subida de precios motivada por el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-18) retrasó el inicio de las obras hasta 1920. Finalmente, y tras seis años, fue pomposamente inaugurado en 1926 como si de un pabellón más de la Exposición Iberoamericana se tratase.

En los 66 años siguientes (1926-92) permitió el paso de cientos de buques de todo tipo, mientras que sobre sus tableros levadizos de numerosas generaciones de sevillanos.

Fue diseñado por el ingeniero José Delgado Brackenbury y construido por La Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona, bajo patente de la casa Scherzer (Chicago, EE.UU.). Toda su celosía y entramado de acero, original, pesaba 1.200 toneladas; 328 más que el de Triana. Contaba con un carril para cada sentido, útiles tanto para vehículos como para trenes, por lo cual, y los más sabios aún lo recordarán, se debía de cortar el tráfico cuando lo usaba algún convoy procedente de CAMPSA o Fertiberia.

Sin embargo, con la clausura del mencionado Certamen su alto coste (3.288.295 pts, un 15% más, que hoy serían 115 millones de euros, aproximadamente), mantenimiento y baja rentabilidad se transformaron en duras críticas. Todo vino motivado por la especulación urbanística que se planteó en torno a Tablada, y que décadas después vuelve a estar sobre la mesa. Una de sus funciones iba a ser conectar la futura ciudad-jardín que en la dehesa de proyectaba con el casco histórico, pero dicha idea no llegó a ver la luz debido al crack de la bolsa de Nueva York (1929).

Cuarenta y siete años después desde que su maquinaria se accionara por primera vez, en 1973 la Feria se trasladaba a unos terrenos ganados al río: el meandro de Los Gordales. De esta manera el puente “de Hierro” pasaba a convertirse en uno de los principales accesos al Real. Con esta migración a la orilla contraria desde el Prado a Los Remedios nuestro protagonista volvía a enmarcarse en la rutina urbana de los sevillanos. La simple utilidad ligada al Puerto dejaba de ser la única benefactora de sus servicios.

Sin embargo, estos felices años se truncaron en mayo de 1984, pues el puente se vio involucrado en un triste suceso que marcó a la sociedad, claro que él no tuvo la culpa.

Del acontecimiento se barajan dos versiones. Por un lado, y por razones que se desconocen, los responsables de su maquinaria dejaron levantado su tablero en una noche de niebla. Un médico de urgencias del Virgen del Rocío que iba a cruzar por él no se percató que las señalizaciones no funcionaban, con lo que se precipitó al río muriendo en el acto. La otra versión señala a un desgaste de los contrapesos lo que originó que él mismo tendiera a abrirse. Tal caso llevó a juicio a los responsables de su mantenimiento, y desde entonces el odio de la Junta de Obras del Puerto hacia el viaducto fue visceral.

Con el paso del tiempo y el paulatino crecimiento de la ciudad el incomprendido puente “de Hierro” se fue quedando insuficiente. A medida que la introducción del vehículo se hizo más popular, el puente se convirtió en un cuello de botella sufrido por muchos, pues su tablero era uno de los principales accesos a la ciudad, además de conexión entre Huelva y Cádiz. Para la Exposición Universal de 1992 se decidió un sustituto, donde el viejo pontón quedaría como uso peatonal. El de Las Delicias, con sus flamantes colores blancos, seducía a los marineros que arribaban en los muelles aledaños, mientras que el azul apagado del Alfonso XIII no hacía más que oxidarse. Además, el vetusto puente precisaba un mantenimiento que su propietario y administrador parecía no querer mantener, por lo que en 1990 se pretendió su demolición. Asimismo, el nuevo puente móvil se construyó justo al lado, y no de la manera más idónea para facilitar la navegación entre ambos.

Finalmente, en 1992 es cerrado incluso a los peatones como medida de presión para acabar con él. No obstante, el colectivo de ciudadanos Planuente se movilizó para impedirlo, consiguiendo que en 1994 fuera protegido y catalogado. A pesar de la valiente lucha ciudadana, su estructura fue cercenada en 1996 y sus pilares dinamitados para que nunca más recobrara su original sitio. Ya no habría más “levantás”. Sus restos fueron recolocados en una esquina del muelle de Las Delicias, irónicamente frente a la sede de la nueva Autoridad Portuaria.

El primer barco que lo atravesó fue el buque argentino de instrucción “ARA Buenos Aires” el 26 de abril de 1926, mientras que el último la patrullera de la Armada española “Laya” el 13 de febrero de 1998.

Para concluir esta historia sin final feliz, en 2003 fue trasladado hasta un solar junto a la avenida de La Raza. A fecha de hoy el puente cuenta con 97 años. Son muchos los sentimientos encontrados que nos asaltan al escribir estas líneas, no solo como vecino o trabajador del Puerto de Sevilla, si no como defensor de nuestro patrimonio, aunque sea industrial, porque en esta ciudad no todo es almohade o barroco.

Aunque es ley de vida, siempre ha de llegar el momento en el que cualquier cosa debe quedar obsoleta, incluso antes de perder del todo su capacidad de funcionamiento. Es lo que le ocurrió a nuestro puente “de Hierro”, que simple y llanamente dejó de ser útil. No es viejo por su edad, sino porque ha formado parte de los recuerdos, retinas y paisajes de muchos sevillanos durante décadas. Al menos, quienes sentimos afecto por ese triste amasijo de hierros debemos alegrarlos porque queda en pie aguardando un destino aún incierto.

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