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Como cada inicio de primavera, la mayoría de las ciudades y pueblos de Andalucía van a celebrar la fiesta de la Semana Santa, que en muchos lugares involucra, de una u otra forma, no solo a los miembros de las cofradías sino a una gran parte de los ciudadanos, incluso atravesando límites ideológicos y políticos. Por eso constituye un "hecho sociocultural total": un conjunto de elementos expresivos, funciones y significados que no son reducibles a una sola dimensión.
Como antropólogo, he comparado el fenómeno con un caleidoscopio que, cuando no se gira, presenta un único dibujo, pero que al girar nos enseña varios sin que los componentes internos hayan sido modificados. Esto mismo ocurre con la Semana Santa andaluza: si la contemplamos a través de alguno de los doctrinarismos dogmáticos (sean de carácter religioso o laicista) es como si mantuviéramos el caleidoscopio en una posición fija, por lo que seríamos incapaces de entender la importancia de dimensiones que son centrales, como la identitaria (en la que el yo individual, sin eliminarse, se funde en los diversos nosotros: familiar, de barrio, de pueblo o ciudad, de Andalucía como país…), la emocional, la estética, la intergeneracional y otras.
Hoy, la continuidad de las múltiples dimensiones, funciones y significados que han venido caracterizándola se encuentra amenazada por dinámicas que ponen en peligro su reproducción. Dinámicas que se traducen principalmente en la creciente deriva clericalista de las cofradías, en el creciente intervencionismo de las instituciones políticas y en la mercantilización que invade todos los ámbitos de la sociedad. Tres dinámicas que tienen un mismo motor común: el productivismo.
Por una parte, los obispos y muchos clérigos insisten en considerarse con derecho exclusivo para definir cuál es, y cual no, el significado "verdadero" de la Semana Santa, rechazando o menospreciando todas las significaciones y funciones que pudieran "distraer" del objetivo de producir "hombres y mujeres de Iglesia". El medio elegido para lograrlo es la conversión de las cofradías -definidas ahora como asociaciones públicas y no privadas- en lo que nunca fueron: sumisos instrumentos del clero, muy directamente controladas por este. Con lo que alejaría de ellas a cuantos no se identifiquen plenamente con la visión, e intereses actuales, de la jerarquía católica. Lo que, a su vez, repercutiría en la Semana Santa, que podría dejar de ser ese "hecho social total" que hoy todavía es en muchos lugares.
También se está acentuando el intervencionismo productivista de las instituciones políticas. Sin que hayamos superado del todo el nacional-catolicismo (se continúa tocando la Marcha Real en la salida y entrada de los pasos en los templos, proliferan fajines de general en la cintura de no pocas Vírgenes, siguen presentes uniformes militares e incluso armas en el cortejo de algunas cofradías), se ha establecido un municipal-cofradierismo que va mucho más allá de la razonable colaboración para facilitar los actos públicos solucionando problemas concretos. Alcaldes, concejales y otros personajes con cargos políticos aparecen cada día participando en actos cofradieros o presidiendo pasos o tronos como medio de conseguir productividad en votos electorales. Y en nombre de la seguridad, se ha consolidado el modelo de una Semana Santa fuertemente intervenida por instancias político-policiales, como el Cecop en Sevilla, con duras restricciones que desnaturalizan la fiesta.
A estos dos productivismos se ha agregado el explícitamente mercantil. Es cierto que desde su reactivación (o reinvención) a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la Semana Santa tuvo una importante dimensión económica, tanto para el comercio local como por la atracción de forasteros (luego turistas). Pero ahora se ha dado un salto cualitativo. Muchas hermandades actúan ya con una lógica empresarial por la que sus propios miembros corren el riesgo de ser considerados clientes por unas juntas de gobierno que a veces parecen aspirar a ser consejos de administración. Y esto se acentúa en las Agrupaciones locales de Cofradías, que centran su actividad en la obtención y distribución de ingresos y subvenciones y en la organización de actos en línea con los intereses de los diversos productivismos.
Esta hegemonía productivista, en los diversos ámbitos, pone en peligro la naturaleza de Bien Común de nuestra Semana Santa: una fiesta popular cuya principal utilidad ha venido siendo la de ofrecernos la posibilidad de disfrute a la vez espiritual, sensitivo e identitario, tanto a nivel personal e íntimo como colectivo y desbordado. En la que se ha podido participar de diversas maneras, libremente elegidas en cuanto a cercanías y distancias. Aunque muchos pretendan no verlo, estamos ante una encrucijada.
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