La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
La tribuna
Fueron canciones que se cantaban desfilando: "No más reyes de estirpe extranjera/ Ni más pueblo sin pan que comer/ El trabajo será para todos/ Un derecho más bien que un deber". O esta otra tosca y gritona: "Viva, viva la revolución/ Que no queremos reyes idiotas que no sepan gobernar/ Lo que queremos e implantaremos/ El Estado Sindical". Pero no, no eran canciones de las hordas anarcomarxistas de la Segunda República y del Frente Popular. Eran las canciones entonadas a mediados de los años 50 del siglo XX por los muchachos uniformados del Frente de Juventudes.
La Falange siempre fue antimonárquica, o más precisamente antiborbónica. Ya José Antonio había explicado cómo la Monarquía, cumplido su destino, se desprendió de la sociedad española igual que la cáscara seca de una almendra. En su imaginario mítico, los cuarteles heráldicos de mayor rango fueron para Falange los Reyes Católicos y "el César Carlos", forjadores de un imperio colosal que los Borbones de "estirpe" francesa arruinaron por completo. Desde Felipe V al rey Alfonso XIII todo era decadencia para el discurso nacionalsindicalista. En 1956, el joven director de una publicación de Falange, que llegada la democracia fue director de El Socialista, escribía sobre la sucesión del Caudillo: FET de las JONS deberá rechazar la salida monárquica e inclinarse hacia una República presidencialista. En efecto, periódicos y revistas de FET, entre 1948 y 1958, rebosaban de ataques a la Monarquía: antes republicanos que el regreso del Borbón; línea ideológica repetida en las clases obligatorias de Formación del Espíritu Nacional. De ahí llegan cosas insospechadas hasta nosotros.
De hecho, una buena parte del fascismo español se alejaba cada vez más de Franco considerándolo poco menos que un traidor. Muertos los regímenes fascistas con el final de la Segunda Guerra Mundial, el dictador no vio otra salida que la restauración monárquica. Pero los jóvenes falangistas no lo aceptaron y dieron comienzo protestas azules muy visibles y escandalosas. Llamativas fueron las expediciones de castigo de las escuadras de Falange al barrio de Salamanca en Madrid para apalear monárquicos partidarios del regreso de don Juan de Borbón. "Rojos", "Comunistas", "Republicanos" gritaban los "juanistas" a sus atacantes, quizás no andaban muy descaminados.
Si repasamos las listas (y estudios históricos recogen nombres y apellidos) de diputados, senadores, alcaldes y altos cargos políticos de la izquierda y extrema izquierda en nuestra actual democracia encontraremos un porcentaje notable de antiguos falangistas. Y no se trata de cambios de chaqueta en 1977, sino de un trasvase (1950-1960) desde el falangismo a la clandestinidad antifranquista cuando quedó claro que a la muerte del dictador España sería un reino.
Un trasvase espectacular sobre todo entre los intelectuales, como el del prestigioso profesor marxista Manuel Sacristán que todavía en 1951 era un muy activo militante de FET. Una senda hacia la democracia y hacia la extrema izquierda: Julio Trenas, Carlos Paris, Haro Teglen, el dramaturgo Alfonso Sastre, el grupo clandestino de falangistas Cinco Rosas que se integró en la ORT, los falangistas de Barcelona que fundaron la Liga Comunista Revolucionaria, el padre Llanos que de capellán del Frente de Juventudes pasó a ingresar en el Partido Comunista sin dejar por ello de ser sacerdote... También, sin duda, hubo gente más moderada: Torrente Ballester, Ignacio Agustí, Berlanga, Aranguren (afiliado a Falange en 1937) y, va de suyo, las grandes figuras bien estudiadas: Laín, Ridruejo, Tovar…
En esos años el régimen de Franco estaba aún en su plenitud, de modo que las organizaciones clandestinas no pasaban de ser grupos escuálidos y el recuerdo de la Segunda República estaba casi extinguido incluso entre los partidos de izquierdas. Ya no existían republicanos. Así, la llegada a la clandestinidad de activos ex falangistas despertó paradójicamente el recuerdo de la República, si bien como idea mitológica sin otro contenido que el antiborbonismo. Luego, consciente o inconscientemente, ese republicanismo anómalo se transmitió a hijos y nietos. Del fascismo a Carlos Marx y del marxismo a la República.
Y eso fue lo ocurrido, diga lo que diga la Memoria Democrática. Aunque muchos en su ignorancia lo desconozcan, los republicanitos de hoy no son los herederos del 14 de abril de 1931, sino hijos y nietos legítimos del más genuino falangismo de hace setenta años.
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