La tribuna
El poder de la cancelación
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La reforma de la educación se convierte en una tarea ingrata cuando las elecciones se celebran antes de que se concreten los beneficios de esta". Tal idea, además de muchas otras igualmente sustanciosas, es desarrollada por Andreas Schleicher, director de Educación en la OCDE y promotor del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), en un libro de reciente aparición, Primera clase. Cómo construir una escuela de calidad para el siglo XXI.
Tras veinte años de colaboración e intercambio con autoridades y responsables, el investigador y estadístico alemán dispone de un privilegiado conocimiento de la política educativa internacional y sabe sacar provecho y lecciones no poco recomendables. Reconoce Schleicher que tomó la decisión de escribir ese libro tras ver cómo niños de barrios pobres de Shanghái aprendían, alegres, por el buen desempeño de los mejores profesores. Acaso con lo que pudieran parecer guiños a la utopía, aunque ponderados por la experiencia y el conocimiento, afirma que cabe alcanzar el mayúsculo objetivo de una educación universal de gran calidad, de modo que sea factible ofrecer un futuro atractivo a millones de estudiantes que no lo tienen actualmente. A tal fin, el empeño no consiste en hacer posible lo imposible -ni siquiera ayudaría a ello la utopía-, sino en hacer posible lo alcanzable, con influencia de la potencia y el acto aristotélicos.
Aplicada la idea de partida al sistema educativo español, recordar los antecedentes inmediatos importa ante coyunturas electorales más o menos próximas que, en opinión de Schleicher, hacen ingrata la tarea de reformar la educación. Precisamente la última reforma de nuestro sistema educativo tomó forma en la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (2013), que modificó, significativa y extensamente, la ordenación del sistema establecida por otra ley precedente, la Ley Orgánica de Educación. Ante las desavenencias y desacuerdos con respecto a determinadas medidas de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, mediante un real decreto, en diciembre de 2016, se adoptaron medidas urgentes para la ampliación del calendario de implantación de la citada ley, por lo que se pospuso la entrada en vigor de algunos de sus cambios todavía no aplicados, como era el caso de las evaluaciones finales de etapa, conocidas como reválidas.
En el preámbulo de ese real decreto se hacía expresa la intención de colaborar decididamente con el "proceso de diálogo que debe concluir en el Pacto de Estado, Social y Político por la Educación". Pues bien, los intentos de tal Pacto de Estado se dieron por infructuosos en marzo de este 2018 que acaba, después de unos quince meses tras la aprobación por el Congreso, en diciembre de 2016, de una Subcomisión a tal efecto.
Tras la investidura de un nuevo presidente de Gobierno, con la votación de una moción de censura en el Congreso de los Diputados el pasado 1 de junio de 2018, se ha realizado una "consulta pública previa sobre un anteproyecto de ley orgánica de modificación de la actual Ley de Educación", que estuvo abierta desde el 26 de octubre hasta el 10 de noviembre de 2018. Tres días antes de concluir ese periodo, se presentaron, el 7 de noviembre, unas "Propuestas para la modificación de la Ley Orgánica de Educación". Y algo más de diez días después, un borrador, con fecha 19 de noviembre, del "Anteproyecto de Ley Orgánica por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación", con un periodo de aportaciones entre el 22 de noviembre y el 13 de diciembre. La disposición derogatoria única de este borrador deja sin efecto la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la Mejora de la Calidad Educativa. Y con el nuevo año continuará un desacuerdo antiguo.
Puede advertirse, entonces, que si quince meses de trabajo de una subcomisión parlamentaria, con muy numerosas comparecencias, no lograron un razonable pacto, en menos de dos meses se ha presentado un extenso texto de anteproyecto dispuesto para un nuevo cambio del sistema educativo español. Tal vez con amparo en un consenso, más bien forzado y coyuntural, de la mayoría política de los parlamentarios del Congreso, sin que pudiera conseguirse el anteriormente pretendido Pacto de Estado, a la vez social y político, por la Educación.
Ante esto, otra idea de Andreas Schleicher debería alumbrar el entendimiento y la voluntad, cuando señala que la reforma de la educación no se hace realidad a menos que los educadores la lleven a cabo y la hagan suya -sentimiento de apropiación, también se dice-. Finalmente, una conclusión oportuna: "Es posible que los responsables políticos pierdan unas elecciones por cuestiones educativas, pero rara vez las ganan debido a una reforma de la educación".
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