La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
La tribuna
últimamente nos encontramos en una permanente confrontación electoral, por lo que la inmediatez y la visión del corto plazo se imponen en el debate social, político e, incluso, económico. Esta aceleración no es propia sólo de la política, sino un síntoma y una muestra más del devenir de nuestra época. Aunque en el campo de lucha político, debido a los grandes intereses que están en juego, se agudiza esta inminencia. La velocidad no es buena consejera para el pensamiento profundo, para la reflexión, que requiere cualquier decisión de calado, por lo que nos encontramos en un permanente riesgo, derivado de la necesidad exclusiva de ganar. Como consecuencia, nuestros representantes y sus ejércitos de asesores, tienen el terreno abonado para manipular, dicho en Román Paladino, para mentir.
En este marco social, se impone la necesidad de encontrar explicaciones sencillas y rápidas a cualquier fenómeno complejo, especialmente aquellos que más preocupan a las personas: la falta de trabajo, la dificultad para llegar al final del mes con las necesidades básicas cubiertas, la corrupción política, la inmigración, la incertidumbre en el mantenimiento de las pensiones, el deterioro ambiental, la identidad nacional.
A pesar de que las posibilidades de supervivencia se incrementan cuando aceptamos los hechos reales, como afirmaba McIntyre en su ensayo publicado en 2018 sobre la Posverdad, por qué personas alfabetizadas, incluso algunas muy leídas y cultas, admiten explicaciones inciertas o falsas en lugar de aquellas que responden a hechos auténticos y demostrados. Sin el más mínimo contraste, se aceptan argumentos que no sostienen una mínima verificación empírica, o un simple contraste de datos e informaciones. Un alto mandatario declara que se ha producido un incremento de la inmigración, cuando los datos demuestran lo contrario; las informaciones económicas son muy preocupantes, sin embargo se relativizan hasta el extremo de darles la vuelta; un político, hoy se declara liberal y mañana socialdemocrata; el presidente de una potencia mundial realiza afirmaciones de suma gravedad, con apariencia de verdad, sin aportar un solo dato; se declara una guerra, con consecuencia de miles de muertos, basada en informaciones que se demuestran falsas; y así, ad infinitum.
Por qué los políticos mienten sin el más mínimo rubor, es más con premeditación y alevosía. Simplemente, porque ellos y sus asesores saben que, en general, pero todavía más en un estado de premura y aceleración, el ser humano necesita encontrar explicaciones coherentes con sus creencias y emociones del momento, relegando la verdad a un plano inferior. De ahí que favorezcamos la información que confirma nuestras creencias y rechacemos la contraria cuando miramos la pantalla de Google; aceptemos, como buenos, mensajes que, aunque falsos, son repetidos machaconamente; veamos solo el canal de Televisión o leamos el periódico que confirma nuestra manera de entender el mundo; nos conformemos, huyendo del conflicto y el debate cotidiano, a costa de prescindir de la verdad, para dar apariencia de paz social; y, por último, aceptemos saber poco, dando apariencia de superconfianza en uno mismo, fenómeno también conocido como: "soy demasiado tonto para saber que soy tonto."
Ante mecanismos tan sibilinos, el mayor antídoto es una educación de verdad: la que favorece la autonomía en el pensamiento del ciudadano; la que desarrolla una actitud crítica, confrontando ideas, hechos y datos; en la que se utilizan diferentes fuentes de información; la que prima el rigor en las demostraciones de los fenómenos históricos y científicos, desmontando falacias interesadas; en la que no se rehúye el conflicto, sino que se afronta como fuente de progreso; la que ayuda a cada ciudadano a construir el esquema de ideas fundadas que le permitirán situarse e interpretar el complejo mundo en el que vivimos; la que enseña a esperar; en la que se aprende a hablar bien y a saber guardar silencio.
Todos los que nos dedicamos a la educación y formación de niños y jóvenes, tenemos la gran responsabilidad de defenderlos, y ayudarles para que sepan desmontar las patrañas que, interesada y continuamente, pretenden manipularlos. Esto sólo se consigue teniendo claros los principios de una democracia y aplicándolos cada día. Mucho nos jugamos en el empeño, entre otros motivos, porque como comunidad y país nos irá mucho mejor en todos los órdenes de la vida. La gran pregunta es: ¿estamos en disposición y con voluntad de hacerlo?
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