La tribuna
Una cooperación de familia
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Todos los que peinamos algunas canas sabemos bien que, en la vida, a veces se pierde y a veces se gana. Ni siquiera el Barça de Messi ha conseguido ganar siempre. Por eso, soy de los que pienso a contracorriente que Pablo Casado ha hecho, hasta ahora, un buen trabajo y me gustaría explicarles por qué, no sin antes recordarles que el Partido Popular venía de ganar tres elecciones sucesivas y de perder el poder de una manera traumática en una moción de censura por primera vez.
Veamos, pues, en qué combates se ha ido desangrando el gran partido del centro derecha español desde entonces hasta hoy, para valorar después si tienen algo de justicia la mayor parte de las hirientes críticas que se han vertido estos días contra su líder con muy poca perspectiva.
La primera gran batalla que tuvo que dar el PP fue la de la quiebra económica de nuestro país que, como empieza a ser costumbre, le legó el PSOE en el año 2011. Una batalla aparentemente victoriosa en la, sin embargo, se dejó muchos pelos en la gatera. No podía ser de otra manera ya que para recuperar el pulso económico perdido y pagar las enormes facturas que dejó pendientes el socialismo, fue necesario hacer grandes sacrificios que vinieron, por el lado de los ingresos, con más impuestos, y, por el lago de los gastos, con recortes en casi todos los ámbitos de la Administración. Gracias a esa batalla y al coste que por ella pagó el PP, nuestro país pudo recuperar el pulso perdido para traernos hasta donde estamos hoy.
La segunda gran batalla fue la del populismo, una pelea dura, provocada por la crisis económica que nos legó el socialismo, y de la que los populares, con Mariano Rajoy, también salieron airosos. Conviene en este sentido recordar que en las elecciones de 2015, los partidos antisistema de izquierda se fueron hasta los 6.100.000 votos -24,34%-, con grave riesgo de acceder al poder, para descender en las del 2016 a los 5.000.000 y llegar a los 3.900.000 -16,44%- en las de hace unos días. Esta batalla supuso también un coste grande para el partido en todos los sentidos como recordamos los que vimos desde la barrera los días de los escraches continuos.
La tercera gran batalla fue la del nacionalismo. A nadie se le escapa el inmenso coste en apoyos que supuso la crisis catalana, con los dos referéndums, la declaración de independencia, el artículo 155, la fuga de Puigdemont y el encarcelamiento de los golpistas.
La cuarta, la que al fin y a la postre noqueó al gobierno de Rajoy, fue la de la corrupción, que ha causado un enorme daño reputacional a sus siglas y que debería ser objeto de una profunda reflexión de sus dirigentes para determinar cuál es la mejor manera de dejar atrás un marca muy desprestigiada a día de hoy.
Con estos antecedentes, apareció un joven líder que, el pasado mes de junio, sin apoyo institucional alguno, se lanzó a la aventura de hacerse con el control del partido, tras disputar la presidencia a la mujer que más poder político y mediático ha tenido en España desde que llegó la democracia.
Y con el apoyo de la militancia, ganó. Después, y sin tiempo para casi nada más -ni siquiera para pensar-, se metió, primero, de lleno y con éxito en unas elecciones que supusieron el fin del régimen socialista andaluz y, después, en otras, las generales, que no podía ganar, precisamente por la pesada carga que arrastra el PP y por el bocadillo que por derecha e izquierda le han hecho sus adversarios en medio del aplauso general.
Aun así, creo que Casado ha salido más o menos airoso de un envite que no era menor y, lo que es más importante para mí, se ha batido gallardamente en un ambiente muy hostil como casi nadie había hecho antes. La forma en que ha recorrido España de punta a rabo durante estos meses y el entusiasmo que ha desplegado, sabiendo como sabía que era imposible la misión en que se había embarcado, son para mi una señal indubitada de que tiene madera de líder. El paso del tiempo y la experiencia -algo que le ha faltado- coadyuvarán a hacer de él el gran referente que, para recuperar el poder, necesita el centroderecha español.
Dejo para el final una crítica. Después de haber utilizado en su favor todos los resortes del poder, del abuso mediático, y de haber torcido la verdad en el debate de Antena 3, Sánchez ha conseguido igualar el peor resultado que obtuvo Rajoy. Pírrica victoria, pues. Eso sí, la movilización de sus votantes ha evitado el ascenso desmesurado de la extrema derecha a cambio de que la extrema izquierda bolivariana, aunque le pese a ese gran estadista que es el presidente, tenga ahora mismo la llave del poder.
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