La tribuna
No es arte, es violación
La tribuna
En 1967, Seligman y Maier descubren algo que en ese momento no alcanzaron a ver la trascendencia que tendría. La indefensión aprendida demostró que los animales podían aprender a sentirse indefensos ante una descarga eléctrica. Es decir, los perros, en este caso, podían aprender sin premio o castigo concreto, podían cambiar su manera de pensar. El animal aprendía a que hiciera lo que hiciera sufriría una descarga y como resultado cejaría en su intento de escapar. Esto no sólo vino a tumbar la corriente psicológica imperante en aquella época, el conductismo radical contrario a esa tesis, sino también a demostrar empíricamente el antecedente en animales de la depresión exógena, o aquella que se produce por causas externas al sujeto. Tras este descubrimiento, Hiroto fue el primer investigador que comenzó a experimentar con humanos. En una situación experimental, donde las personas sufrían un ruido molesto imposible de mitigar, halló que una de cada tres personas no se rendía nunca. Acababa de toparse con la evidencia empírica de las personas optimistas.
¿Cómo piensan las personas optimistas? Consideran que las adversidades son meros contratiempos, de los que no son responsables, y que el impacto que tendrán en su vida se ceñirá únicamente a ese ámbito. Por el contrario, piensan que la prosperidad es fruto de sus virtudes, por lo que entienden que se alargue en el tiempo y que su impacto se amplíe al resto de áreas de su vida. Los pesimistas lo ven justo al contrario. Seligman llamó a esto estilo explicativo, que en su versión optimista se convierte en un poderoso factor de protección contra la depresión exógena, algo que trata de manera muy ilustrativa el doctor Luis Rojas-Marcos en su libro Somos lo que hablamos. El estilo explicativo pesimista del paciente es fundamental en el tratamiento de este tipo de depresión, y junto con la rumiación (darle vueltas a ideas pesimistas sin tomar ningún curso de acción), son dos de los factores de riesgo de esta otra pandemia del siglo XXI.
En 1988 Seligman y su equipo evaluaron el estilo explicativo de los candidatos a presidentes de los EEUU. La conclusión del estudio fue arrolladora: "en las veintidós elecciones presidenciales que hubo entre 1900 y 1984, los estadounidenses eligieron a los candidatos que parecían más optimistas en dieciocho ocasiones". Su tesis es firme, el optimismo se puede aprender. Tanto es así que el Pentágono se basa en el análisis del estilo explicativo para hacer más resilientes a sus militares, enseñándoles a identificar y combatir los propios pensamientos pesimistas. Por tanto, la ciencia demuestra que se pueden elaborar discursos optimistas, que aporten esperanza a la ciudadanía y que aumenten las probabilidades de victoria electoral, eso sí, sin perder credibilidad, verosimilitud, sin que "perdáis el contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura", que diría don Antonio Machado.
No obstante, tras estos hallazgos, ¿por qué seguimos enfrascados en la confrontación y la crispación política actual? Una explicación plausible es el miedo, el odio y su utilización por parte de algunos partidos políticos. Cuando las personas tienen miedo, tienden a ponerse más a la defensiva, son más hostiles hacia los grupos marginales, más rígidos y cerrados de mente en cuanto a sus creencias. Muestran una cierta necesidad de supremacismo siendo más proclives a aumentar la autoestima sintiéndose superiores a otras personas, etnias o clases sociales, y más conservadores y partidarios de políticas exteriores agresivas, como han demostrado Gillath, Mikulincer y Pyszczynski.
En resumidas cuentas, los partidos políticos se enfrentan al dilema de elegir entre hacer discursos optimistas y aportar esperanza y soluciones, o desarrollar un discurso basado en el miedo y alimentar las pasiones más primitivas del ser humano. ¿Optimismo versus miedo? Yo lo tengo claro.
También te puede interesar
Lo último