La tribuna
Eva Díaz Pérez
El sol andaluz de Gerald Brenan
Sevilla/A principios de los años 70, el Gobierno de entonces expropió un inmueble, para casa-museo, que Don Diego Angulo, el gran experto en Murillo, había identificado como una de las últimas en que habitó nuestro genial pintor. La casa estaba enfrente del convento de las Teresas y había sido dividida, pero su estructura original era reconocible.
La idea de partida era acondicionar los espacios como una “casa de artista” de las muchas que existen en Europa y en España, como las casas de Shakespeare y Goethe en Stratford Upon Avon y Weimar, respectivamente, o la casa de El Greco en Toledo.
Para remodelarla se contó primero con Rafael Manzano, que realizó una primera consolidación, y conmigo mismo después, para terminarla y adecuar la museología. La propuesta era inaugurarla en el año 1982, conmemoración de la muerte de Murillo, como efectivamente se hizo.
Soledad Becerril era ministra de Cultura y Javier Tussell, director general de Bellas Artes. El delegado de Cultura de la época, Manuel Rodríguez- Buzón, nunca suficientemente valorado, manifestó un entusiasmo sin límites en la terminación de la casa.
Los recursos eran muy limitados pero, a pesar de ello, pudimos acabar la instalación justo a tiempo y recuperar y adaptar una magnífica colección de azulejos de clavo, del siglo XVI, procedentes del derribo de la Casa Profesa de los jesuitas, antigua Universidad Literaria.
Se trataba de recrear el ambiente de una familia de artista en el siglo XVII sevillano, en el que persistían todavía las formas de vida mudéjares. El mobiliario era raro y valioso. La vida se hacía sentados en el suelo, en estrados con cojines. Se diferenciaban dos estrados, de respeto, para las visitas, y de cariño, para la familia y las mujeres.
Manzano creó un gran taller de pintor dotado de un gran alfarje mudéjar. La instalación se facilitaba porque contábamos con el testamento de Murillo, en el que se detallaban todos los objetos que había en la casa. A tal fin el Museo de Bellas Artes aportó muebles de época y varios cuadros y dibujos de Murillo. Siguiendo los cuadros barrocos, instalamos una cocina en planta baja con reproducciones de los mismos cacharros de barro vidriado que aparecen en ellos.
En aquella época todavía se podían conseguir textiles del siglo XVII en Marruecos a buen precio, pero no hubo tiempo ni dinero para adquirirlos e instalarlos. También propusimos que la casa fuera un centro de interpretación de la pintura barroca sevillana, pero tampoco se consiguió por falta de interés del Ministerio y por las limitaciones de la tecnología en ese momento.
Durante diez años, aproximadamente, la casa mantuvo su carácter museístico con una buena afluencia de público, a pesar de que el turismo no tenía la misma intensidad que hoy día. A partir de entonces, la Junta de Andalucía, a la que el Estado había transferido su gestión, decidió suprimir la exposición, sin dar explicaciones, y convertir la casa en una oficina de flamenco, eliminando no sólo un gran atractivo turístico, sino un recurso cultural de primer orden.
Recordemos que durante el siglo XIX Murillo fue el pintor español más conocido en todo el mundo y que sólo fue desbancado por Velázquez cuando se conoció su obra en las colecciones reales del museo del Prado. Hasta hace poco tiempo, la casa, sin embargo, ha conservado un director y siguió reconocida por el Ministerio de Cultura como instalación museística.
Después del éxito del año Murillo, que acaba de terminar, sería la ocasión perfecta para devolver a la casa su carácter cultural, recuperando incluso la instalación que existió en su momento y trasladando las oficinas de flamenco a cualquier otro lugar. Es importante que el resultado de la actividad generada por el año Murillo se pueda conservar y exponer en este espacio.
Existe mucho material audiovisual que no se debe perder ni dispersar, manteniéndolo agrupado. Con los medios técnicos actuales, pantallas de alta definición e internet, se puede contemplar la obra de todos los grandes pintores barrocos sevillanos que está depositada en todos los museos del mundo.
El año Murillo debería dejar un legado, algo que perdure más allá de la celebración, porque sin este punto de referencia, la ocasión se olvida rápidamente. La casa de Murillo debería ser este legado, con la importancia turística y cultural que tendría en nuestros días. Carece de sentido que una casa con la historia de ésta no se aproveche adecuadamente potenciando todos sus valores y posibilidades.
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