La tribuna
Tras la tempestad, calma y esperanza
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Aunque muchos conciudadanos no lleguen a verlo, vivimos un tiempo dramático, tanto a nivel internacional como nacional. De su desenlace dependerá la forma y el contenido de nuestras sociedades en el futuro. De momento, el telón de fondo es la pandemia universal que padecemos, la cual interrelaciona con los procesos en marcha, que trataremos de explicar.
Se hallan en juego dos modelos sociales que pugnan entre sí: el globalismo o mundialismo y las identidades nacionales. La vocación a la universalidad está presente en la raíz misma del cristianismo, así como en su versión secularizada marxista y masónica. De ahí que, en un mundo tan influenciado por ellas, pueda llegar a ser un deseo muy extendido entre los habitantes de nuestro planeta. Obran a favor de esta universalidad las inusitadas posibilidades de comunicación y conexión que se nos ofrecen en el presente, y su crecimiento se percibirá en los próximos años. ¿Acaso la misma pandemia no está sirviendo para avivar la conciencia de esta realidad?
Frente a esta constatación hay, sin embargo, otra: la del aumento de las reacciones de tipo identitario o patriótico, que abogan por fortalecer la nación y sus caracteres propios, y afianzar los valores tradicionales, temiendo la absorción o un control totalitario por parte del globalismo. Sus seguidores saben que este no es un mero efecto de una tendencia insoslayable, sino producto de fuerzas, de lobbies poderosos, que, a través de organismos internacionales y de gobiernos satélites, intervienen en los países y plantean una ideología única para el conjunto de la Humanidad. Es obligado recordar aquí al omnipresente George Soros con sus terminales y a sus numerosos colaboradores, como Bill Gates o la Fundación Rockefeller.
Bajo la apariencia de un proyecto filantrópico y altruista, el programa conocido del globalismo no aboga únicamente por la constitución de una especie de gobierno universal, sino que busca asimismo la instauración de un orden mundial. En opinión del propio Soros se trataría de "crear sociedades abiertas multiétnicas y multiculturales acelerando la migración, y desmantelar la toma de decisiones nacionales, poniéndola en manos de la élite mundial".
El citado proyecto se ha ido definiendo en sucesivas reuniones internacionales como las del Fondo Económico Mundial (Foro de Davos), el Foro de Sâo Paulo o la agenda 2030. ¿Cuál es su contenido? Soros en parte ya lo ha definido en el texto que incluimos. Se trata de romper el modelo nacional clásico, fundamentado en unas sólidas tradiciones de siglos, para sustituirlo, no por uno construido sobre la participación e influencia de instancias intermedias entre el individuo y el Estado, sino por otro centralizado, de carácter mundialista de nuevo cuño. Es conocida, entre nosotros, la promoción del independentismo catalán con el objetivo de socavar la unidad española.
El programa se sostendría sobre una ética basada en la negación de todo sentido trascendente de la vida, la aceptación de la plena libertad sexual (incesto, homosexualidad, pedofilia, relaciones abiertas y sin limitaciones, etc.) como compensación a un control exhaustivo, así como la reducción poblacional a través de la promoción del aborto y la eutanasia. En definitiva, en una población satisfecha, económicamente empobrecida, subsidiada por las élites políticas y económicas y educativamente controlada. Para lograrlo, además de la nación, hay que acabar con el obstáculo que supone para este proyecto un cristianismo enraizado fuertemente en nuestra cultura, con una visión del hombre y de la moral contrapuesta.
Conviene resaltar la acogida que ha tenido dicho proyecto entre los partidos y gobiernos de diferentes países y, especialmente, aunque no solo, entre la progresía occidental, ayuna de ideales propios que defender una vez que el marxismo ha perdido su prestigio. No se trata de ninguna forma, por tanto, de un mero resurgir de la teoría conspiro-paranoica.
La España actual, tan dada a servir históricamente como campo de pruebas de tantos experimentos políticos, es un buen ejemplo de dicha influencia. Mediante la alianza de dicha progresía con el comunismo, el socialismo y el separatismo se va desarrollando a ritmo acelerado la agenda globalista. Se amplía la oposición a la misma, pero es todavía débil, en medio de una ciudadanía anestesiada, temerosa y con escasa capacidad de reacción, cuando no satisfecha.
Los años próximos verán removerse en España a golpes legislativos las pocas cosas que, hasta no hace todavía mucho, parecían seguras. Continuará sin duda la labor de demolición de libertades, empresas e instituciones, sin que la instauración del nuevo orden globalizado y del hombre nuevo llegue todavía. Percibimos a la vez que la crítica a este proyecto seguirá reforzándose y consiguiendo victorias. Pero, en nuestro país, hay todavía un largo camino que recorrer.
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