La tribuna
José Ángel Saiz Meneses
No puede haber tristeza cuando nace la Vida
La tribuna
Hasta un colegio mayor tiene a su nombre el clérigo trabucaire que quizá más abominó contra el progreso y la cultura en todo el siglo XVIII español. Pero a ningún regidor gaditano de entonces ni de ahora se le ha ocurrido quitarlo del callejero ni desmontar su estatua frente al Baluarte de la Candelaria donde mira hacia la cruz que lleva en la mano con un gesto de humildad que jamás tuvo. La que hoy es piadosa figura difuminada por el tiempo, fue en el suyo un verdadero azote de cualquier pensamiento no sólo ilustrado sino de todo lo que supusiera mínimo disfrute cotidiano. Anduvo comprometido en las guerras que se declararon contra la Convención de la Francia revolucionaria, no por sentimiento belicoso alguno, sino por mero y simple furor piadoso. Aunque no llegó a ver la Guerra de la Independencia, sus escritos municionaron, no el lado patriótico de la misma, sino el de la pureza religiosa contra los invasores. Quizá en eso pueda disculparse algo su intransigencia, vista la vesania con la que el invasor llegaba para hacernos más felices. Los tremendos ataques de Fray Diego a los cómicos y al teatro lo habrían sido sin duda estos días a las chirigotas, murgas y comparsas de la ciudad que airea el nombre del único beato que posee la provincia, porque ni a santo ha llegado. ¡Cómo se estremecerán sus huesos, donde estén, sabiendo que quien hoy gobierna la ciudad es sobre todo autor de textos faranduleros locales con ínfulas de universalidad! Cuando el actual e ignaro equipo de gobierno gaditano pase al olvido, seguirá Fray Diego mirando escultórico a su cruz con aire apenado, y su nombre atravesará los años sin que ningún Ayuntamiento progresista pierda el tiempo en quitar de en medio su imagen, entre otras cosas porque no habrá leído sus sermones, ni falta que hace. Distinto el caso de José María Pemán, que tuvo la desgracia de nacer en familia educada, ser monárquico y haber recibido el homenaje de los artistas e escritores izquierdistas más valiosos de su tiempo -Francisco Rabal y Rafael Alberti, entre otros-. Quizá les suenen. Intolerable. La excelencia, en sí o en cualquier aspecto que se le parezca, es un blanco sobre el que dispara la mediocridad en cuanto puede. Ser todos iguales, pero por abajo, que nadie destaque, nadie sobresalga de la medianía, porque así el menos mediano despuntará una mijita. El igualitarismo nacido de la envidia destructiva es quizá uno de los motores más letales e incesantes de los últimos tiempos políticos. Y todo so capa de la justicia, de la memoria, de la equidad. Tampoco es creíble que la actual cabeza municipal y su harka hayan leído los mejores poemas de Pemán, su pasable teatro y sus muy buenos artículos. Ellos están en otra cosa, sumados a la obsesión por derribar el nombre del alcalde bajo cuyo mandato se construyó el estadio. Es algo como lo de los pantanos. Quitan la placa, pero el pantano no, que era necesario y nos viene muy bien a todos. Pemán seguirá habiendo nacido en el lugar donde nació, pero interesa que se ignore, entre otras cosas porque existe esa envidiosa inquina a quien hizo algo de mérito, supo escribir mejor que todo el Consistorio municipal gaditano junto, pero no era de ellos. Levantemos pues monumentos a quien sea, pero que sea de los nuestros, y eliminemos el recuerdo de los otros, por valiosos que sean sus obras. Así iremos construyendo un país más luminoso, unas ciudades más limpias de bazofia reaccionaria. A tenor de ello, me permito indicar a las autoridades culturales y callejeras andaluzas, y quizá españolas todas, que borren también para siempre el nombre de Joaquín Turina, que apenas compuso en los últimos diez años de su vida, porque anduvo, en cuanto Comisario de la Música, dedicado a crear conservatorios en la recién estrenada España franquista. Ello fue de 1939 a 1949, año de su muerte. Eso sí, me temo que para borrar sus composiciones lo van a tener un poco más difícil, entre otras cosas porque ya se les han escapado y son patrimonio del mundo. Así los textos de Pemán, más o menos valorados, andan en librerías, en bibliotecas y hasta rimados en la memoria de no pocos españoles, por lo que tampoco va a resultar fácil deshacerse de todos ellos. Cosa que, mira por donde, no hay que molestarse con los escritos de Fray Diego, infumables fárragos trasnochados que no han impedido que su piadoso autor siga siendo respetado por la biliosa y muy ignorante caterva gubernativa de la ciudad que lo tiene a gloria sin conocerlo.
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