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El día 22 de febrero de 2019 se cumplirá el 80 aniversario de la muerte de don Antonio Machado, sevillano de nacimiento y castellano de pro. Puede ser el español más invocado desde hace décadas en todos los ámbitos: político, intelectual, literario, musical..., aunque pocos le han intentado conocer en su verdadera esencia. Nació en Sevilla, en el Palacio de las Dueñas, pero a los ocho años marchó a Madrid con su familia y, por educación y sentimiento, podemos considerarlo más castellano que andaluz. Llegó a escribir: "¡Sevilla sin sevillanos, qué maravilla...!". Se refería seguramente a la de pandereta, caballo, catavino y farolillos. Era madrileño de adopción, no por mentalidad cortesana sino por estar siempre bien informado y en el meollo intelectual, literario y político de entonces. Nunca hubiera preferido salir de Madrid, a pesar de lo aventurado por algunos autores, y si lo hizo fue por necesidades económicas y de subsistencia. Después de dos cortos periodos en Francia, y ya con cierto prestigio como poeta, obtuvo una plaza de catedrático de Francés en un Instituto de Soria, que posteriormente desarrollaría en Baeza, Segovia y finalmente en Madrid.
Son muy reveladores sus últimos años de exilio y los pensamientos postreros sobre el devenir de su patria y de los españoles de a pie, que son los que le interesaron siempre. Después de abandonar Madrid en 1936 y de pasar por Valencia y Barcelona, a principios de 1939 se vio forzado a traspasar la frontera junto a su hermano José y su madre, quizás en dirección a París, pero tuvo que detenerse muy pronto por su incapacidad física y la de su progenitora en el pueblecito costero de Collioure. Era un gran fumador y padecía una enfermedad pulmonar crónica con afección cardiaca, que fue agravada por las penalidades de su éxodo por caminos inhóspitos hasta su exilio francés, perseguido y en condiciones de penuria física y mental. Machado tenía una visión global de la vida y no sólo era profesor y escritor, asimismo era filósofo de vocación y formación, doctor en Filosofía y Letras y alumno de Henri Bergson en París. Se consideraba en ocasiones sofista, socrático o platónico, si todo ello es conjugable, siendo partícipe de muchas ideas y sentimientos de la Generación del 98, preocupado por su país en el contexto de su tiempo e implicado en la defensa de las libertades y del pueblo frente al caciquismo y el poder dictatorial de cualquier tipo. Convivió con su hermano Manuel, con el que publicó casi toda su obra teatral y al que adoraba a pesar de tener una inclinación política opuesta a la suya. Su visión clara de la separación de los españoles en dos bloques cainitas e intransigentes le preocupaba y presagiaba un futuro incierto para España. En uno de sus poemas afirmó: "Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón...".
Amaba mucho a su tierra, y los romances, coplas y cantares populares fueron el núcleo vertebrador de muchos de sus poemas. Al arribar a Francia, ya muy enfermo, llevaba consigo una cajita de madera con tierra española para ser enterrado con ella, lo cual indica que nunca olvidó ni despreció sus orígenes. Esto contradice la idea de que no deseaba volver, por ejemplo a Soria, al lado de su jovencísima esposa Leonor, muerta a los 18 años, tres después de su boda. Confesó a su hermano José al entrar en Francia, y éste lo transcribió después de su muerte: "Hasta que una Humanidad menos bárbara y cruel me permita volver a mis tierras castellanas que tanto amé...". No cabe duda, si su deseo era retornar a territorio propio, ¿qué ha ocurrido para que este anhelo no sea efectivo aún?
Las heridas entre españoles, aún sin cicatrizar hoy en día, convirtieron su reposo francés en lugar de peregrinación, símbolo de libertad, independencia y valores universales. ¿Pero éste sería el deseo último de Antonio: la separación, la división, el enfrentamiento? No es probable y no le gustaría en absoluto ser utilizado de forma espuria por unos y otros para sus intereses partidistas. Siempre añoraba la unión de sus compatriotas, la fraternidad evangélica, el encuentro, el perdón; y el hecho de que todavía permanezca en tierras extrañas es un fracaso de todos. Cuando el gran Antonio Machado pueda reposar por fin en su terruño castellano, se habrán reunido las dos Españas y él sonreirá y será feliz junto a su pequeña Leonor. Un postrer aliento en su lecho de muerte: "Estos días azules y este sol de la infancia...".
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