La tribuna
Estado imperfecto
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No deberíamos dar por sentado que la democracia está definitivamente arraigada en muchos países y que goza de envidiable salud. Con frecuencia vemos que surgen y resurgen planes que de forma más o menos explícita cuestionan sus postulados básicos, y vemos también acontecimientos que de manera abrupta o blanda abortan la soberanía popular. La democracia está siempre amenazada aunque, afortunadamente, también dispone de recursos para su defensa. De entre todos quizás el más importante es contar con una ciudadanía comprometida, que participe activamente en mantener bien engrasadas las distintas piezas que le dan vida. No es suficiente votar, es necesario también ejercer activamente los derechos civiles.
Ahora bien, el ejercicio de la democracia en el sentido amplio que se viene planteando no sólo requiere de cauces y estímulos más o menos formales, sino también de un modo de ser y actuar que no viene dado en el código genético y, por tanto, es susceptible de ser educado. Es decir, las sociedades democráticas necesitan de la educación para la democracia. Esta educación no tiene por qué atribuirse exclusivamente a la escuela, pero a ella le compete una parte importante de ese cometido. No es asunto de este artículo discernir sobre si debe hacerse mediante una asignatura específica o de otra forma: hay opciones diversas al respecto. La cuestión ahora es apuntar en qué podría consistir una educación para la democracia en el contexto histórico que nos ha tocado vivir, de manera que sea mejorable y, sobre todo, que conjure los peligros que la puedan acechar.
Mucho se ha dicho ya al respecto. Por tanto, sin ánimo de agotar aquí las posibles respuestas a esa pregunta, entiendo que uno de los propósitos de la educación para la democracia es el de promocionar la implicación de la ciudadanía en la vida social y política del país. La desafección ciudadana es hoy uno de los principales peligros que parece atañer especialmente a los más jóvenes y que seguramente tiene que ver con la imagen de exclusiva apropiación de la cosa pública por parte de una cultivada minoría. Pero la aparente patrimonialización de la política por parte de quienes se dedican profesionalmente a ella -a los que suponemos su vocación de servicio público- no es asunto de su exclusiva responsabilidad, sino que se explica también por una suerte de dejación del conjunto de la sociedad que tiene que ser contrarrestada de muchas formas y en distintos medios, pero también mediante la educación.
Otro de los objetivos de una educación para la democracia es el de contribuir a desarrollar en los jóvenes la capacidad de discernimiento. La vida política de un país no es asunto que resulte fácil de entender, no tanto por la complejidad de los problemas cuanto por la distorsión de la realidad que suele operarse para atraer la opinión, el favor de la ciudadanía y, en definitiva, su voto. No resulta extraño comprobar que noticias sobre un mismo acontecimiento aparecen en los medios de comunicación no ya de forma distinta sino incluso contrapuesta. La práctica habitual de estos medios -generalmente afectos a corrientes políticas- de ignorar algunos hechos, sobredimensionar otros o inducir imágenes negativas o positivas que aparentan información objetiva, este tipo de prácticas requiere de la ciudadanía una capacidad de discernimiento que tiene que ser motivo relevante en una educación para la democracia. No se trata de aleccionar en un sentido o en otro, sino, precisamente, de procurar que se formen opiniones con criterio, distinguiendo entre la realidad y sus construcciones interesadas.
Todo ello -y este sería un tercer objetivo de la educación para la democracia-, no puede lograrse sino hay un mínimo de conocimiento sobre la sociedad. La educación para la democracia no es un asunto que concierne sólo al campo de las actitudes y los valores, sino que requiere también de la formación política de la ciudadanía. No hay que hacer de cada uno un experto en esas cuestiones, sino de disponer de nociones básicas acerca de la Historia y la vida en sociedad. Extender a toda la población la luz que proporciona la cultura fue el plan inconcluso de la Ilustración. Hoy sabemos que la ignorancia en general y política en particular es el sustento de muchas dictaduras y un factor de la desestabilización de la democracia. La educación para la democracia debe actuar contra esa polilla que carcome el edificio. Para ser y actuar, también es necesario saber.
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