La tribuna
Estado imperfecto
La tribuna
El título de la genial novela de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera -por cierto, poco referida en la biblioteca del confinamiento, si se la compara con La peste, de Camus-, resulta bien a propósito para encabezar algunas ideas sobre la educación que se dice ahora no presencial, telemática o a distancia, por mor de un infeccioso y casi apocalíptico virus que ha extendido la funesta calamidad de una pandemia.
Sabido es que decir lo obvio importa, ya que no siempre lo que resulta muy claro, lo que está delante de los ojos, es consabido. O que de ello se tienen como igual de evidentes las consecuencias y los efectos. La situación -sanitaria, económica, social, familiar…- provocada por el coronavirus es, dícese lo obvio, excepcional. Enfermedades dantescas también registra la historia, pero son igualmente excepcionales. Luego las medidas o los efectos resultantes han de participar de ese mismo carácter. En caso contrario, tarda poco en advertirse el pensamiento simple o, no se sabe qué puede ser peor, las trampas para representar o pretender como posible lo que en modo alguno puede serlo.
En el caso de la educación, asumir que el modo en que ahora se llevan a cabo la enseñanza y el aprendizaje dista poco de las formas ordinarias, es un trope-zón frente al muro de la excepcionalidad. Asimismo, considerar que aspectos relacionados, como el de la evaluación del alumnado y los relevantes efectos de la misma -la promoción de curso o la titulación-, pueden resolverse de no muy distinto modo al habitual, conduce al segundo tropiezo, propio de la animal torpeza de los hombres. Luego, a situaciones excepcionales, quizás no quepan más que respuestas en la misma medida. Y, por esto, las reacciones o los cuestionamientos deberían atenuarse -mejor, ajustarse- considerada la situación, en sumo grado extraordinaria, que los explica e incluso justifica.
El imperativo de la excepcionalidad -acaso inspirado en el imperativo categó-rico de Kant- habría de alumbrar, entonces, las decisiones que se hacen necesarias. Y estas, cuando tienen consecuencias decisivas, no pueden quedar al arbitrio de la autonomía que el sistema educativo abandera en condiciones de normalidad. Basta pensar en la contundente -por la impresión que provoca- posibilidad de adoptar el "aprobado general" como resultado final de la eva-luación de este curso escolar en tiempos de pandemia. Y que, en lugar de decidirse para el conjunto del sistema educativo español, quede a criterio de las administraciones educativas de las distintas comunidades autónomas. Aunque se matiza -es la consecuencia directa del decir sin decir, acaso del no atreverse a decir porque tampoco se puede saber bien cómo llevar a término lo que se dice- y el "aprobado general" es "promoción de curso general", con salvedades reguladas por las administraciones.
Importa tener presente, asimismo, la distinta naturaleza de las etapas educati-vas, no sólo por el carácter obligatorio o no de las mismas, sino por la posibilidad -más bien imposibilidad- de facilitar enseñanzas y, sobre todo, adquirir aprendizajes que acrediten cualificaciones específicas: sólo hay que pensar en determinadas enseñanzas de Formación Profesional para las que resulta prácticamente imposible adoptar alternativas que propicien la adquisición de las competencias profesionales a que conduce el título con reconocimiento de la superación de las mismas y de la cualificación para actividades profesionales. Cuestión distinta a la de otras etapas, en este caso los primeros niveles de la educación obligatoria, donde es más factible priorizar de algún modo las enseñanzas imprescindibles, procurar adecuarlas a su desarrollo a distancia y, sobre todo si no se trata de los cursos finales de etapa, planificar la adquisición posterior de aprendizajes no adquiridos.
No puede obviarse -cuando además es obvio, sin juego de palabras- la tan señalada "brecha digital" que dificulta el acceso a recursos tecnológicos. Si bien, tal brecha es consecuencia de la herida mayor de la desventaja social. Evidencia que ya afecta al carácter de la educación obligatoria, en situaciones ordinarias, cuando el absentismo escolar hace de las suyas. Y en estos momen-tos de manera bastante más inconveniente, ante la suspensión de la asistencia a los centros. Asegurar la educación obligatoria en situaciones excepcionales, como un estado de alarma, puede ser harto difícil. Tanto, que hasta decisiones como la del "aprobado general", tenidas por igualitarias, acabarían, a la postre, agrandando la diferencia de no propiciarse, de alguna forma, enseñanza durante una parte del curso escolar alterado de manera tan significativa.
La educación en los tiempos de la pandemia, por todo esto y más, necesita de algo tan complejo como adoptar una razonada excepcionalidad, con decisiones y medidas que ni se aparten de lo obvio ni obvien lo indispensable.
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