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La nueva ley educativa -Lomloe- pretende actuar sobre uno de los puntos débiles de la educación en España: la repetición de curso. En nuestro país casi el 30% del alumnado con 15 años ha repetido alguna vez, uno de los porcentajes más elevados de la UE. Hay países, como el Reino Unido, Islandia, Finlandia o Noruega, que apenas alcanzan el 3%; en estos y muchos otros la repetición de curso es algo excepcional. Aquí el fenómeno se distribuye muy desigualmente. Hay comunidades autónomas en las que el porcentaje de repetidores es muy bajo, Cataluña, País Vasco Navarra o Cantabria, y otras en las que los datos están muy por encima de la media; además de en Ceuta y Melilla, ocurre así en Extremadura, Murcia, Canarias o Andalucía. Incluso en Andalucía, no es lo mismo el caso de Huelva o Almería, con porcentajes de repetidores muy superiores a los de Jaén, Córdoba o Granada.
Los alumnos repetidores tienen un perfil peculiar, abundan más en unos territorios que en otros, mayoritariamente son chicos y en menor medida chicas. Si miramos su estatus social, aunque no siempre, los veremos más bien en la parte baja. Si eres pobre o inmigrante, o las dos cosas a la vez, tienes hasta cuatro veces más probabilidades de repetir curso. Por lo demás, el alumnado repetidor suele cursar sus estudios en la escuela pública y generalmente año tras año va acumulando malos resultados, más en la ESO que en Primaria. En el curso 2017-18 el mayor porcentaje de repetidores se dio en tercer curso de la ESO (10,5%), seguido de los que estaban matriculados en primero (9,8%).
En realidad la repetición de curso viene dada por el hecho de que los alumnos suspenden algunas de las asignaturas que cursan, lo que les impide administrativamente pasar al siguiente nivel. Es decir, en esas asignaturas no han adquirido los conocimientos mínimos requeridos, de manera que, a modo de solución, se opta por que vuelvan a cursar las mismas materias, quizás con la esperanza de que logren un año después lo que no habían conseguido antes. Pero no está claro que así se alcancen los conocimientos mínimos estipulados. Son muchas las voces que tanto en el campo académico como en el profesional sostienen la inutilidad de la repetición de curso a los efectos de adquirir esos conocimientos. De hecho una parte importante de los repetidores terminan pasando al siguiente nivel por imperativo legal y generalmente lo hacen con materias suspendidas. Salvo excepciones, parece que la repetición de curso no sirve para mejorar la formación. Más aún, se trata de un recurso muy ineficiente, económicamente costoso para el sistema, sin que el gasto se compense con los resultados. Empleando sólo una parte de lo que cuesta la repetición de curso se podrían financiar programas más exitosos de ayuda a los alumnos rezagados. Planteada como mejora de los aprendizajes, la repetición de curso es también un mal negocio.
Junto a la desazón que puede producir compartir el aula con compañeros o compañeras uno o dos años más pequeños y ver distanciarse a los que son de su mismo grupo de edad, resulta que quien repite tiene más probabilidades de fracaso en su trayectoria académica: sólo uno de cada ocho alumnos que abandona el sistema escolar no ha repetido curso. La repetición es un indicador de fracaso que se convierte en causa de fracaso y, finalmente, opera como mecanismo de selección y expulsión de la escuela de un tipo de alumnado con el perfil que se ha explicado anteriormente.
Naturalmente, el asunto tiene otras derivadas que no deberíamos ignorar. Se dirá, con razón, que la promoción automática -que existe en muchos países-, puede fomentar la indolencia y la falta de compromiso del alumnado con el esfuerzo que requiere todo aprendizaje, corriéndose el riesgo de que por falta de estímulos esa negativa actitud pueda generalizarse, con el consiguiente perjuicio para el nivel educativo. En cualquier caso, lo que aquí se plantea es la conveniencia de discutir sobre las causas de los suspensos y si, fueran las que fueran, la repetición de curso es una estrategia adecuada para reducirlos o más bien una fórmula que "resuelve" el problema quitándoselo de encima.
Tampoco es que la Lomloe haga mucho para abordar el fondo de la cuestión. Al considerar la repetición de curso como algo excepcional, se asume la idea de que esta medida es inútil para reducir el fracaso escolar y trata de ahorrar los indeseables daños colaterales que suele ocasionar, eliminando, de paso, una de sus variables estadísticas. Quizás la herramienta no sirve, pero el problema sigue ahí.
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