La tribuna
Gaza, el nuevo Belén
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En días pasados, dos veteranos periodistas de este diario escribieron sendas columnas con cuyo contenido estoy totalmente de acuerdo. El 21 de marzo, José Antonio Carrizosa firmó la suya con el título de Régimen de propaganda, señalando cómo nuestra realidad andaluza es escondida por la desinformación y la propaganda que caracterizan a la actual Junta de Andalucía, con su “campaña permanente de imagen, donde todo lo bueno lo ha hecho ella, lo malo es la herencia de los otros y todo va cada día mejor”. Por su parte, el 6 de abril, José Aguilar firmaba otra excelente columna que titulaba Entronización de Juanma, en la que denunciaba “la labor pertinaz de la corte de agradadores que le han subido a la peana” desde la cual “la realidad se distorsiona”.
Ambos prestigiosos periodistas coinciden en denunciar los discursos triunfalistas que tratan de convencernos de que vivimos “en la tierra de las maravillas” porque hemos “alcanzado cotas de bienestar inexistentes o liderazgos irrelevantes, etéreos y a veces falsos” (Carrizosa dixit). La contundencia de los datos, que ambos recuerdan, desarma desde su base estas fantasías: como muestran las estadísticas y estudios mínimamente serios, en todos los indicadores socioeconómicos Andalucía está en el último o penúltimo lugar entre las 17 Comunidades Autónomas. Y no avanza en la convergencia con las de arriba, sino que cada año la distancia es mayor. “En términos relativos, no caminamos hacia adelante y ningún cambio profundo se ha producido”, escribía Aguilar. Pese a esta evidencia, la portavoz del PP en Andalucía no ha tenido la menor dificultad en afirmar hace pocos días que durante los años de la presidencia de Moreno Bonilla, a Andalucía “le hemos dado la vuelta como un calcetín”, ya que “de ser los últimos, nos hemos convertido en líderes, en ejemplo”, y no solo en España sino también en Europa. Ahí queda eso.
Para ser justos, habría que señalar que desvaríos como este, contrarios por completo a nuestras realidades, no surgieron cuando el PP accedió al gobierno de la Junta. Fueron constantes durante los 37 años del régimen pesoísta. ¿O es que ya no nos acordamos de afirmaciones tan repetidas como la de que estábamos a punto de convertirnos en “la California de Europa” o, luego, en la “Finlandia del Mediterráneo”? ¿Y lo de “Andalucía imparable” y “la locomotora de España”? Incluso en los primeros tiempos autonómicos, llegó a titularse “de Reforma Agraria” un proyecto de ley que no era sino una modesta ampliación de la legislación franquista sobre fincas manifiestamente mejorables (proyecto que ni siquiera pudo llevarse adelante por las muy insuficientes competencias recogidas en el Estatuto de Autonomía). La propaganda viene de antiguo.
Para explicar esta constante, común a la derecha y la izquierda estatales, y para que las respuestas no se queden en un también constante quejío y en el alicorto objetivo de conseguir algún pasajero paliativo a la situación, es preciso realizar un diagnóstico adecuado. Y a él se acerca Carrizosa cuando escribe: “Andalucía no está a la cola de casi todo porque los anteriores gobernantes socialistas fueran especialmente malos y los de ahora sean parecidos. Está porque la región es perdedora de una política estatal que durante dos siglos ha concentrado las grandes inversiones y los proyectos industriales en el norte y ha dejado al sur [a Andalucía] como granero y reserva de mano de obra”. Completamente de acuerdo. Es el centralismo estatal, sobre todo a partir de la consolidación del modo de producción capitalista en el siglo XIX, el que ha consolidado a Andalucía como “perdedora”: como territorio en el que practicar el extractivismo económico, cultural, político y humano, acentuando nuestro papel como colonia interna del estado español (de lo que se han beneficiado otros territorios y, durante mucho tiempo, la propia oligarquía andaluza instalada en el poder central o protegida por este). Y para ello había –y hay– que narcotizar al pueblo andaluz haciéndole interiorizar el “síndrome del colonizado”, consistente en mirar la realidad con los ojos (y los intereses) de quienes son responsables de su propia situación de expolio y marginalidad.
La autonomía realmente existente es incapaz de revertir esta situación porque carece de las competencia para ello. Incluso si quienes han gobernado en la Junta hubieran tenido voluntad política de hacerlo, que no es el caso, ello no habría sido posible. De aquí que deberíamos ser los más interesados en transformar la actual organización territorial del Estado. Teniendo en cuenta que somos una nacionalidad histórica y tenemos, por ello –y por “una común necesidad”, como señalara Blas Infante–, pleno derecho a autogobernarnos. Con un objetivo central: que Andalucía deje de ser la perdedora.
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