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Andalucía celebró el 28-F como una fiesta más del calendario. Quizás ése sea el mejor balance de esta historia del autogobierno que comenzó hace más de cuatro décadas, cuando Andalucía se ganó por sí misma una autonomía de gran calado que no estaba prevista en los planes iniciales de la Transición. Por supuesto, cada uno de los partidos representados en la Cámara andaluza aprovechó el día para lanzar sus mensajes. También el Gobierno andaluz, pero, más que una jornada reivindicativa, lo fue festiva. Sí hay que señalar los apoyos expresos a Ucrania de buena parte del arco parlamentario, ahora que trata de repeler una invasión. Este 28-F es el último de esta legislatura, que ha sido la primera en la que se ha producido la alternancia en el Gobierno de la Junta. En muchos de los discursos que escuchamos en el día de ayer se notaba ese aroma de final de este mandato, que ha transcurrido con una normalidad propia de un país con una democracia consolidada, pero que se ha diferenciado de lo ocurrido en otras comunidades por su estabilidad y por haber sorteado la crudeza de una polarización que, además, de estéril, es peligrosa. La sociedad no está tan dividida como los partidos, pero ésa es una polarización que, a base de insistir, termina calando en la población, de ahí su peligro. Los partidos en Andalucía no son más dóciles que en el conjunto de España y su Gobierno está necesitado de difíciles equilibrios parlamentarios, no es nada fácil, pero en términos generales se han mantenido las formas, se han evitado bloqueos férreos y el Ejecutivo ha sabido dar cabida en cada momento a los grupos que han querido. No entendemos la democracia como un régimen de placidez, pero su virtud es que sirve para solventar los conflictos naturales que se dan en la sociedad.
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