La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De pronto comenzaron a coger mala fama, a caer en desuso, a ser vistos como una reminiscencia de la España de los señoritos y caciques. Eran los limpiabotas. Ofrecían sus servicios en los bares y hasta en locales específicos para ejercer el oficio, como los que había en la Puerta de la Carne o Sierpes. Había clientes que acudían a las cafeterías o salones donde sabían que estaba el limpia, como ese Farina que deambulaba por La Ibense de Paco Hermosilla y que ahora todavía se deja ver por el Laredo y las tabernas de General Polavieja.
Nadie quiere que le pillen sentado tomando el café o la cerveza mientras el limpiabotas lustra sus zapatos. Se trata de una imagen no admitida ya, que fue usada en tiempos para erosionar la imagen de políticos. Le ocurrió a Arenas con el betunero del Hotel Palace, en una maniobra atribuida a un célebre socialista de Jaén. Hay defensores acérrimos del limpiabotas, como hay usuarios vergonzantes que le daban los zapatos al limpia metidos en una bolsa para que se los devolviera brillantes al día siguiente. Aunque haya pasado de moda el hábito de confiar en el betunero, la conveniencia de llevar los zapatos limpios sigue vigente, aunque haya gente como el vicepresidente Pablo Iglesias que los luzca sucios en los grandes actos públicos. Como la habilidad del empresario es detectar la necesidad y ofrecer el servicio, Javier Sobrino y sus hijas han abierto en el número 21 de la calle San Eloy un negocio que es bonito y útil.
Arreglan y limpian zapatos, reparan el calzado y se lo dejan como los chorros del oro en una de esas faenas que duran dos semanas a poco que evite usted los charcos y que no pise ni el Rocío ni la Feria, que es difícil que lo haga en bastante tiempo, por cierto. Usted puede esperar sentado a que sus zapatos sean limpiados, o dejarlos para su recogida posterior. En breve habrá hasta servicio a domicilio. Y, por supuesto, puede usar el negocio como la zapatería de toda la vida a los efectos de cambiar tapas, suelas y otros servicios. El comercio está montado con el mismo buen gusto que la camisería de Sobrino de la calle Méndez Núñez, que es uno de esos negocios que debe haber en toda gran ciudad: distinto, elegante y con sello propio. El servicio de toda la vida que prestaban los betuneros en los clubes, casinos y bares, lo tiene ahora en una tienda con todos sus avíos en pleno centro, que además tiene el valor añadido de respetar la estética y evitarnos horteradas tan al uso. Los hábitos cambian. Y esa evolución se aprecia siempre en el sector de los servicios. Ya no pasan cigarreras por la calle San Fernando ni hay betuneros en las cafeterías. Pero está San Eloy, 21.
También te puede interesar
Lo último