La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
La aldaba
Dicen que es mejor que la más grande. Y lo afirman quienes se llevaron años siguiendo a la chipionera, no como los muchos que te cuentan cómo toreaba Romero, cuando con un poco de suerte solo lo han visto dar muletazos en una cinta de VHS pasada a DVD. De los pocos que de verdad han seguido al camero y han estado en su primera tarde en Sevilla ha sido el maestro Luis Carlos Peris, al que ustedes pueden leer todos los días en Diario de Sevilla. Los demás, cuarto y mitad de novelería bien despachado. Laura Gallego tiene el poder de humedecer los ojos del público, remover a los partidarios de las butacas y poner de pie a gente de muy diferentes edades. Emociona, estremece, conmueve, provoca, serena. La canción española, la copla, el folclore... Todo con complejo 0,0. Quien crea que es un género desfasado, del antiguo régimen o directamente muerto, que se quede en casa con el vinagre. Más allá de la voz tronante y arrolladora que no pierde la armonía por mucha potencia que adquiera, la Gallego tiene un desparpajo fuera de lo normal y una vista de lince casi más cualificada que la voz a la hora de calar al personal desde que entra por la puerta. Poco se valora esta cualidad en quienes triunfan en el mundo de la creación artística, pero al final es capital navegar con destreza en las aguas de los espectáculos, cargados de intereses; gestionar la vanidad con gracejo y sacarle rédito al ceceo como instrumento de aceptación propia y, por lo tanto, de exigencia para ser así respetada. No es solo la voz imponente, sino mucho más.
En el concierto de Fibes proclamó un mensaje que no lo mejora un director de un máster en habilidad para jóvenes ejecutivos: "Soy consciente de lo peligroso que es publicar la felicidad". Pero ella lo hizo. Debe tener claro eso de que la felicidad y la riqueza (no solo de dinero) emergen aunque se procuren tapar. Y acto seguido sacó la armadura. De casa salió a los 16 años para ser definitivamente otra sin dejar de ser la de siempre. "Tengo la base de esos dieciséis años de amor, aprendí los valores de la constancia y el trabajo. No hay otra que el trabajo, el trabajo y más trabajo". Y evitar riesgos, críticos acerados, malos humos, intereses espurios y zancadillas sin dejar de sonreír. Ser el lince más rápido sin perder el blindaje de la inocencia, la de esos años en que la quinceañera de Algar (Jerez), un municipio de apenas 1.500 habitantes, no sabía ni lo que era un taxi, ni mucho menos un novio. No sabemos si será más grande que la más grande, doctores hay expertos en la materia, pero es la más larga y la más lista porque conoce a la gente al minuto uno gracias a la base de ser una niña de pueblo criada en el amor de la familia. Y eso imprime carácter como los sacramentos. Aunque no difundiera su felicidad, el mar de la obligada discreción siempre arrastraría la felicidad y la exhibiría en las playas de la arena fina y la sencillez natural.
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