NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Los profesores recuperan el control de las aulas
Este viernes 14 de marzo, bajo la cuaresma y la lluvia, se cumplen cinco años de la falsa expiación. El coronavirus nos confinó previa alocución de Sánchez el guapo. Cinco años después de aquello, hemos aprendido lo suficiente: nada. Se dijo que el mundo purgaría su soberbia. La pandemia era una brutal lección contra el exceso y la vanidad. El esputo de un enfermo pudo con la globalización.
Se habló –¿lo recuerdan?– de viajar menos, de hacernos lentos, de prender la llama propia, de anhelar la vida en el campo, de repensarnos, de ahorrar saliva, de hacer virtud de lo mínimo, de apreciar el silencio, de amarnos a pelo y sin afeites ni bótox, de volver a lo que era sólido. Se habló de y de y de… Cinco años después, uno sólo desea volver a la casa sordomuda del confinamiento. Oiga, qué bien se estaba allí dentro. Claro que hubo entonces incerteza, crisis mental, pavor y desvalimiento (honor sobre todo a los viejos que cayeron). Pero yo me quedo con aquella insólita regresión.
He aquí la menos sevillana de las postales. Sevilla en pandemia parecía envuelta como en papel celofán. El silencio se oreaba en los tendederos. Se oía en casa cómo pasaban el código de barras en el supermercado cercano. En la azotea uno daba estupendos paseos carcelarios contando los pasos. Una lechuza venida del palacio de las Dueñas se posaba por las noches en una señal de tráfico frente al portal de casa. Dos tristísimos ramos de claveles en la capilla de Montesión recordaban que aquel día era Jueves Santo. Fernando Simón daba el parte cómico de la mortandad en el plasma sin voz. No vi apenas series, vivía cual abstemio 0’0 y leía alocadamente (la Historia de Cristo del olvidado Papini, la poesía del turco Nâzim Hikmet, libros sobre la cábala judía y mucho 13 Rue del Percebe). Se escuchaba el fornicio de los vecinos. Solía molestar bastante el aplauso común a las ocho en los balcones. Luego volvía el silencio y la cena convocada por la sombra frugal de cada uno de nosotros en particular. Y fue bonito, ¿o no?
El viernes se cumplen cinco años de todo lo que ha sido profanado. Entrevistado por la compañera Cristina Cueto, Pascal Bruckner (autor de Vivir en zapatillas. Sobre la renuncia al mundo en la actualidad) reflexiona sobre la sociedad de después de la pandemia. Dice que “no aprendemos nada de nuestras desgracias”. Y cita a Goethe: “La experiencia es una linterna ciega: sólo ilumina a quien la lleva”. Hoy cruzamos la era inconexa del disfrute fanático, la zafiedad, la estupidez y el matonismo de los brontosaurios. Todo junto traerá la Tercera Guerra Mundial. Y ole que ole.
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