¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Fue un sevillano, Felipe González, el que instituyó el 12-Octubre como Fiesta Nacional de España. La razón era sencilla: la fecha tenía la suficiente hondura histórica y, al mismo tiempo, concitaba la simpatía de la gran mayoría de los españoles, independientemente de que fuesen de derechas o izquierdas. España, en general, sentía que aquel 12 de octubre de 1492 había sido la fecha fundacional de una nueva civilización, la Hispanidad, a la que unía la lengua, la religión católica y la raza (que en este caso es un concepto espiritual, cultural y vital, nunca biológico). Éste era uno de los grandes consensos que tenía nuestro país durante las décadas de los ochenta y noventa, junto a otros como la necesidad de dejar atrás el rencor de la Guerra Civil, la aceptación de la Constitución del 78, el respeto a la Corona o la autosatisfacción por ser una sociedad moderna pero con peculiaridades que nos daban un sabor inconfundible, desde el Museo del Prado y el menudo hasta la tauromaquia y la movida. Todo esto ha saltado por los aires, o más bien lo han volado, en la última década. Cuestiones como la Memoria Histórica, las irregularidades de don Juan Carlos I o el animalismo, nos han despojado de los lugares comunes en los que antes nos podíamos encontrar la mayoría de los españoles. Digamos que todos estos consensos perdidos formaban algo así como una gran plaza mayor sociológica con veladores donde tomar el sol de la historia y soportales donde cobijarnos de la lluvia mientras charlábamos, con las lógicas diferencias, de nuestros asuntos.
El 12-O, como decíamos, es uno de los últimos consensos perdidos. Ya no se trata del debate que siempre ha existido sobre lo negativo o positivo de la colonización de América, sino de una absoluta impugnación que hace imposible cualquier acuerdo. Y se hace a través de una serie de palabras cargadas de intención: "genocidio", "negacionismo", "revisionismo "… que son los vocablos favoritos de cierta izquierda intelectual cada vez que inicia una operación de ingeniería histórica cuyo fin no es otro que la deslegitimación de todo lo que les molesta ideológicamente. La voladura del 12-O como fecha nacional e integradora ha empezado casi sin previo aviso desde las redes sociales y las tribunas periodísticas y políticas. Cuando hayan destrozado completamente este antiguo consenso propondrán otra fiesta para celebrar, más propicia a su cosmovisión, pero como siempre no será una plaza mayor donde encontrarnos todos sino una de esas asambleas manipuladas donde mandan unos y los otros votan como borregos, creyéndose, eso sí, libres y nobles como águilas imperiales.
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