La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
La aldaba
Todos conocemos a uno o varios miembros de la congregación de trincones de canapés, foros, desayunos de supuestos trabajos, fiestuquis y otras convocatorias lúdicas revestidas en ocasiones de cierto halo cultural como coartada intelectual. Para estos personajes se trata de obtener la placa, la foto, el retrato o el selfie. Antes nos referíamos a los aficionados a la Sevilla de las ocho de la tarde. Cada día, un acto. Pero la pos-pandemia ha endurecido el perfil de estos profesionales del estar por estar. Han perdido la vergüenza, el decoro y el recato. Llaman a los sitios para ser invitados, se cuelan y hasta pagan si es necesario por estar en fiestas de relumbrón y codearse con el jefe de turno. La mala educación ha sido normalizada, que diría un tertuliano cursi. En los años de la EGB te enseñaban esos criterios aplicables para toda la vida: nadie se autoinvita a un sitio y nunca se insinúa el interés por ser invitado. Claro, por eso se llamaba Educación General... Básica. Hay secretarias, responsables de protocolo y encargados de las relaciones públicas que soportan unas presiones que darían para escribir una guía de estos trincones que, además, son siempre los mismos y no aportan nada productivo. Solo buscan figurar y publicar el tuit de turno para que veamos todos que una vez más... han trincado. Hay gente a la que hay que insistir para que acudan a un acto, y hay peñazos que se pasan la semana previa notificando que no les ha llegado el tarjetón. Y lo hacen con el mayor desahogo, una naturalidad pasmosa y por vías directas e indirectas. Hay que estar en los sitios cueste lo que cueste, nunca mejor dicho.
En verano trasladan su narcisismo (casi patológico) a Marbella, Estepona, Sotogrande, Vistahermosa y alguna cita en Punta Umbría. Y erre que erre con las presiones para estar en la fiesta en el chalé del banquero, en la copa con misa previa del abogado, en el flamenquito que da el empresario en la azotea de ese hotel con vistas a un puerto náutico, etcétera. Da cierta lástima cuando uno asiste al momento en que los anfitriones se plantan y dicen no a los que se quieren colar. ¿Hay necesidad de forzar las cosas de esa forma? ¿Tan pocas ganas tienen algunos de estar en casa o en familia? Tal vez estos pájaros sufran una suerte de síndrome de 'saraítis'. Tienen necesidad de estar en todos los saraos para evitar una casa que no es hogar. En Sevilla hace mucho tiempo que son más importantes las ausencias, como lo son las mínimas e imprescindibles... presencias. La pos-pandemia nos quitó muchos manteles y nos regaló una congregación de frikis de actos sociales de todo tipo. Y muchos tienen cargos públicos, oiga. Han perdido el sentido del ridículo. No se pide ser invitado a nada, ni se acude a una boda de la que no se haya recibido la invitación al menos un mes antes. Y mejor si son dos meses.
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