Virtudes del felipismo

¡Oh, Fabio!

19 de junio 2024 - 09:29

Don Juan se lo dijo a Juanito (que era el nombre con el que llamaba a su hijo Juan Carlos): “Este niño nos ha salido Grecia”. Quería decir que el entonces príncipe de Asturias, su nieto Felipe, no se parecía ni en el físico ni en el carácter a los Borbones españoles. Es decir, que carecía de esa mezcla de artistocratismo y empatía popular, de desahogo y solemnidad, que ha caracterizado a la dinastía reinante en España desde el siglo XVIII (con los paréntesis históricos por todos conocidos). Ese gen Borbón fue la bendición y la ruina de reyes como Isabel II, Alfonso XIII y Juan Carlos I, cuya simpatía y casticismo caló en el sentir popular, pero cuyos desvaríos privados o públicos terminaron colocándolos en el camino del exilio. 

Don Felipe nos salió Grecia. Es decir, Habsburgo. Y lo ha querido dejar claro desde el principio. Poco queda de aquel guardiamarina un tanto atolondrado y aficionado a las faldas. Hoy, con la barba y el pelo corto, Felipe VI tiene cara de Felipe II y alma de Carlos III, el mejor monarca de su sangre cuyo retrato preside su despacho en la Zarzuela. 

Cierto discurso político e intelectual suele asimilar a la República con la virtud y la ley, mientras que identifica la monarquía con la arbitrariedad y la depravación. Puede que esto sea así en las estrellas, pero la realidad que hemos palpado, la que hemos conocido y vivido, nos demuestra exactamente lo contrario. Lo vimos muy claro durante el referéndum ilegal del 1 de Octubre. Mientras los republicanos como Aragonès o Carod Rovira pisoteaban los derechos de los ciudadanos, volaban las instituciones, se choteaban de las leyes, desobedecían a los tribunales y atacaban a las fuerzas del orden; mientras el Gobierno de la nación se escondía tras la tele de plasma de La Moncloa y se sumía en el pánico a donde le había llevado la inactividad y la ingenuidad, los ciudadanos solo respiramos cuando escuchamos el discurso de Felipe VI. Serio y contundente. Más Grecia que nunca. Y todo cambió.

Durante los primeros años de la Transición se puso de moda, especialmente entre la progresía, definirse como “juancarlista”. Era la manera de reconocer la nueva monarquía sin definirse como monárquico. A partir de aquel 3 de octubre de 2017 las nuevas generaciones, realistas o no, tuvieron razones para definirse como “felipistas”, un rey que demuestra día a día sus virtudes y que va quedando como el único referente de la unidad de España, de ahí los ataques continuos que recibe del independentismo. 

Felicidades, Majestad, y que Dios le guarde muchos años. 

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