Monticello
Víctor J. Vázquez
No es 1978, es 2011
Editorial
EL Ayuntamiento de Sevilla, que durante el anterior mandato municipal fue capaz de renovar el panorama de la cultura oficial en Sevilla mediante una serie de acuerdos con creadores privados -los gestores de los espacios culturales, esencialmente- y contribuir a que la ciudad empezase a pesar algo más, desde el punto de vista mediático, al menos, en el ámbito regional y nacional, ha tomado en los últimos tiempos una serie de decisiones que quiebran esta trayectoria positiva. La llegada a la delegación de Cultura de Maribel Montaño, en su día delegada provincial de la Junta de este mismo departamento, supuso el inicio de un viraje total cuyo culmen es la reciente resolución de recortar los fondos públicos que reciben instituciones culturales como el Teatro de la Maestranza o la Real Orquesta Sinfónica. Siendo cierto que la situación económica general no se presta a dispendios, difícilmente puede justificarse tal medida, que provocó incluso la primera iniciativa conjunta desde que se restauró la democracia de los ex alcaldes de Sevilla, si se tiene en cuenta que, en paralelo, el gobierno de Monteseirín no tiene empacho presupuestario alguno en impulsar otras iniciativas como, por ejemplo, la creación de una televisión y una radio municipal concebidas a su medida. Las prioridades políticas de PSOE e IU no parecen estar ya con la cultura con mayúsculas, sino sencillamente con la imagen. Es la imagen, y no la actividad cultural en su sentido estricto, lo que preocupa en la Plaza Nueva. El aderezo, más que la sustancia. Es sintomático que fuera el propio Monteseirín quien, en un encuentro con los agentes culturales, les explicara que sufrirán recortes en las subvenciones que reciben, aunque sin concretar, lo que ha generado cierta desazón. El alcalde instó a los gestores culturales privados a enviar sugerencias al Plan Estratégico Sevilla 2020 y les planteó como alternativa cultural la creación de un Museo del Grafiti. Cualquier comparación entre el Maestranza y la Sinfónica con las aportaciones del llamado arte urbano resulta obscena, cuando no directamente ridícula. Extraña forma de poner en valor su gestión política en el ámbito cultural.
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