Vieja fe del corazón de Sevilla

15 de agosto 2024 - 03:07

En 1934 Juan Sierra escribió en María Santísima esta poesía a la Virgen de los Reyes, tan exacta en sus metáforas como corresponde al mejor poeta sevillano (no exiliado) del 27: “Maciza espiga enjoyada / del sol y de pedrería; / soberana de alegría, / promesa en blanco bordada. / Vieja fe, rica almohada, / del corazón de Sevilla. / Ladera que alumbra y trilla/ esa pura serenata / de fervor que se dilata / en tu Majestad sencilla”. Este es el genio del poeta que pensaba a la Macarena “en vino blanco, en romero, en la cal de una fachada”, se preguntaba quién aromó de nardo la belleza de la Estrella, vio a la Virgen del Valle en los últimos espejos que, ya tarde, recogen su tristeza o llamó salmo suspenso al Calvario.

Medio siglo después, en 1982, escribió otra vez a la Virgen de los Reyes en Álamo y cedro: “Sepultado estoy, Señora/ de tanto agosto cercano. / En la tumba del verano / hay un silencio que llora. / Beba mi alma esta hora/ en la talla de tu arcilla. / Con tu realeza amarilla / levántala poco a poco / y haz que cese el gran sofoco/ de este vivir que me humilla”.

¿Qué sucedió entre una y otra poesía? Sucedió la vida. Sucedió el tiempo. Sucedió lo que escribió en su poesía a la Soledad de San Lorenzo: “De mármol blanco y espeso / es la vida, cuando dura, / luego que una sepultura / cayó con todo su peso”. Sucedió lo que escribió en “Un corto paseo”: “Estos paisajes son de cuando yo ya hubiese muerto... / Algunos amigos de mi edad han muerto… / Estos bloques enormes de viviendas / son fríos a mi recuerdo / son extraños a mí… / Yo creo, Dios mío, que ya ha llegado irremisiblemente, / naturalmente, / mi hora de morir. / Supongo que voy muy retrasado en mi muerte”. Sucede lo que escribió en “La vejez”: “Aquí estoy sometido al tiempo / altivo por la costumbre del dolor / mi corazón ya herido para siempre… / Aquí estoy al borde del final. / Ya falta poco para que termine / esta lucha admirativa por la frescura del mundo”.

En esta mañana siempre niña, ante la sonrisa que mejor representa la vieja fe del corazón de Sevilla, le pido a la Virgen de los Reyes, para Juan Sierra, para el alma liberada de Manuel Navarro Palacios, para todos nosotros, que se cumpla lo que el gran poeta pidió en el final de “La vejez”: “Cuando todo termine, / envíame, Señor, ese ángel infantil que sostenga mi mano, / esa mirada tranquila que compadezca mi firmeza”. Así sea, por el poder de aquella por la que los reyes reinan.

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