Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
DESDE que llegó a Sevilla para estudiar la carrera bajo las altas bóvedas de la Fábrica de Tabaco, el compromiso de Benito Navarrete Benito Navarretecon el patrimonio histórico-artístico de la ciudad ha sido absoluto e incondicional. Es una pena que, por esas pequeñas –o grandes–miserias de la universidad española, Benito Navarrete tenga hoy su cátedra en la Universidad de Alcalá de Henares, porque pocos como él representan la vigencia y continuidad de la escuela sevillana de Historia del Arte, una de las más fecundas de España. La Hispalense se ha perdido tener en su claustro a un gran profesor e investigador, heredero en todos los sentidos de aquel maestro que fue Alfonso Pérez Sánchez. Quizás el carácter un tanto impetuoso de Navarrete, unido a su espíritu de enfant terrible (cada vez menos enfant, como todos, me temo), no le ha ayudado mucho a prosperar ni política ni universitariamente en una ciudad de tantos meandros como Sevilla, pero él sigue ahí, en todos los debates importantes en los que está en juego nuestro maltratado patrimonio.
La última vez que hemos podido ver a Benito Navarrete en plena acción es en la batalla para evitar que se vayan de Sevilla dos Murillos de Focus-Abengoa: Santa Catalina y Las lágrimas de San Pedro. La adquisición del primero por la Junta de Andalucía se supo apenas unas horas antes de las elecciones autonómicas del pasado 19 de junio (todo ayuda, incluso la cultura, a la hora de forjar una mayoría absoluta). El segundo, sin embargo, todavía está a la espera de su príncipe azul. Y es ahí donde entra en escena Benito Navarrete, quien ha difundido un vídeo en las redes sociales exigiendo a la Administración Central del Estado (alias el Estado) que se retrate en esta cuestión. En resumen: la Junta ya ha cumplido con el Santa Catalina; ahora le toca al Gobierno hacer lo propio con Las lágrimas de San Telmo. Suscribimos la petición.
La adquisición de ambas obras por Focus y Abengoa fue en su momento un símbolo de la nueva ciudad pujante que no sólo acogía a una de las multinacionales más importantes de España, sino que iniciaba la recuperación de aquel amplio patrimonio que fue expoliado durante la invasión napoleónica, una de las heridas aún no cicatrizadas en el alma de esta ciudad (hemos llegado a ver a Enrique Valdivieso bramar indignado contra Soult y toda su parentela). Abengoa ya es ceniza, pero siempre quedará algo de su legado: varias generaciones de ingenieros y ejecutivos con mentalidad internacional, la recuperación del Hospital de los Venerables y un conjunto de cuadros que nunca más deben volver a salir de Sevilla.
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