La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Es comprensible que haya quien no tenga el ánimo para esperar un paso de palio en la calle, acudir a un bar o meterse en el graderío de un estadio en unos momentos de ánimos bajos por la tragedia de Valencia. España suma el luto a un estado de crispación que no deja de agravarse. Es respetable que una entidad civil o religiosa suspenda la piñata, la fiesta anual, la romería, la peregrinación, la tómbola, la entrega de diplomas o la copa de vino español. Hay quien suspende la procesión, hay quien la lleva por dentro y hay quienes la sacan con normalidad. Queremos pensar en los beneficios espirituales, en el consuelo, en el recogimiento interior y en el júbilo gozoso que pueda reportar a quienes estos días se han acercado a una de tantas procesiones que recorren la ciudad en esta explosión de religiosidad popular. No se han suspendido, como tampoco han cerrado las tabernas ni los estadios de fútbol. La vida ha seguido en Sevilla como en tantos sitios. Doctores tiene la Iglesia, aunque cada vez menos curas sepan Latín. Aficionados a pontificar trufan el padrón municipal, juzgadores de redes sociales nos sobran como para poner un puesto, e irritadores de grupos de chat operan en horario de mañana y tarde. España es un país donde todo el mundo tiene la razón, luego hay superpoblación de monstruos... No se ofrecen criterios, se impone el argumento. No se analizan diferentes puntos de vista y un contexto, se machaca. Algunos echan de menos los días de los fieles difuntos de antaño con todo cerrado salvo las iglesias, la ciudad al ralentí y el sosiego impuesto por la autoridad. La tragedia que no ha cesado es para echar por tierra el ánimo de cualquiera, por lo que el recato, la mesura y cierto decoro son lo más aconsejable en los cargos públicos. Y el homenaje a las víctimas es debido en todos los actos religiosos y civiles.
Ocurre que el género de la opinión tiene cada vez más una deriva populista. Es muy probable que sea bueno que los estadios se mantengan abiertos, pues los romanos ya tenían estudiado que el pan debía ir acompañado del circo para salvaguardar la paz social. Y que las procesiones no falten, aunque muchos tengamos claro que sufrimos un exceso al que no le vemos el fin. Y debería tenerlo. Si alguien ha encontrado consuelo en alguna de las Dolorosas que han salido estos días a la calle, bien estará el fruto obtenido en una sociedad que se encona cada día más y que ha perdido la confianza en muchos de los gobernantes. El problema es el riesgo de convertir la piedad popular en un circo. Pero ese es otro debate que debe ser enfocado con argumentos, sin populismos ni afectaciones, sin histrionismos ni arrebatos. No solo hay un exceso de procesiones, también en otros muchos ámbitos. La vida ha seguido en Sevilla mientras los reyes sufrían en directo la ira del pueblo valenciano.
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