El viaje interior de Eduardo Jordá

Este mallorquín se ha convertido en uno de esos sevillanos serenos que forman parte del mejor paisaje cultural

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Eduardo Jordá, hace ya unos añitos.
Eduardo Jordá, hace ya unos añitos. / DS

22 de febrero 2024 - 00:01

HACE ya una década le hice una entrevista a Eduardo Jordá y la titulé con una de esas frases redondas que tanto nos gusta a los que cultivamos el género de la interviú: “el único viaje que hoy merece la pena es al interior de uno mismo”. Esto tiene su chicha, porque si Jordá se ha distinguido por algo es por su pasión viajera, que ha quedado plasmada en libros como Norte Grande o Tánger. Lo cierto es que el titular de aquella entrevista lo suelo recordar cada vez que me encuentro con rebaños de turistas que siguen a un paraguas, incapaces de tomar una ruta propia aun a riesgo de extraviarse o de no entrar en alguno de esos sitios que, según las guías, son imprescindibles. ¿Quién ha visto mejor Sevilla, el que se tragó las explicaciones de un guía de la Catedral o el que paseó sin brújula por el barrio del Tardón?

Volvamos a Jordá. Este nativo mallorquín de cinco apellidos catalanes y que colaboró con Cela en la elaboración de una enciclopedia sobre erotismo, se ha terminado convirtiendo en uno de esos sevillanos serenos (y no sé si fríos) que forman parte del paisaje cultural de la ciudad sin necesidad de alharacas. Lo demuestra con su ya veterano taller literario; con sus dos columnas semanales en Diario de Sevilla, en las que vemos el Jordá más lúcido y ético, enfrentado sin cuartel al papanatismo woke; y, por supuesto, con la aparición de sus libros como este último que ahora tengo entre las manos, recién salido de la imprenta de la Fundación José Manuel Lara: Doce lunas.

¿En qué consiste esta nueva entrega de la ya veterana colección Vandalia? Digamos que es un make off de la poesía de Jordá. El autor reúne los mejores poemas de su obra, los que él salvaría de la gran pira del tiempo, y a cada uno le dedica un texto en prosa en el que nos explica las circunstancias de su ejución o los complicados senderos que tomó la inspiración para llegar a materializarse en esos versos. El resultado es un viaje interior sin retorno, el único que merece la pena, en el que Jordá nos lleva por algunas de sus geografías más íntimas: un gato tonto y libre en Irlanda, el último grillo sobre la tierra, los fantasmas de los niños indios muertos en el altar de la civilización, el paseo de los hijos, la extrañeza del Sábado Santo... En definitiva, una expedición por “lo poco que el corazón conoce” expresión que Jordá rescata del libro de Salter Quemar los días: “Lo hermoso vive, lo demás muere, y todo es absurdo excepto el honor, el amor y lo poco que el corazón conoce”. Lo repito: “El honor, el amor y lo poco que el corazón conoce”.

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