La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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La aldaba
Alguien tiene que defender lo obvio, alguien tiene que decir alto y claro la gran verdad, la primera y más certera, alguien tiene que acudir al punto de origen del debate. No se trata principalmente de un reparto de menores migrantes, no tiene que ver con cifras, comunidades autónomas e intereses cortoplacistas. Sí, claro que todos esos factores influyen, son determinantes y hay que gestionarlos. Gestores tiene la política. O mindundis con pocas ganas de trabajar, figurones y enredadores de lunes a viernes. A punta de pala. La gran verdad, la más importante y capital es que los menores que nos llegan son la representación más exacta de un drama humano. Eso es lo indiscutible. Y eso solo lo ha dicho alto y claro el Papa Francisco en reiteradas ocasiones. La más clamorosa fue cuando el Santo Padre acudió a Lampedusa. Tras la visita le metieron las alcachofas para preguntarle por cuanto había presenciado. No era un problema de Italia, no era un problema de la Unión Europea. Era mucho peor, más hondo: “Esto es una vergüenza”. El Papa quiso estar allí justo después de un naufragio registrado en el que murieron 94 personas y 250 estaban desaparecidas en ese momento. “Recemos junto a Dios por los que han perdido la vida, hombres, mujeres, niños, por los familiares y por todos los inmigrantes. Unamos nuestros esfuerzos para que no se repitan tragedias similares. Sólo una decidida colaboración de todos puede ayudar a prevenirlas”.
Nadie ha centrado tanto el discurso, nadie se ha referido a lo sustancial con tanta claridad, nadie ha emitido un juicio tan directo y sin intereses secundarios, ni mucho menos fatuos tacticismos. La autoridad moral de la Santa Sede se renueva, se fortalece y se actualiza con estos mensajes que, justo ahora en España, evocamos ante tanta pequeñez mental, ante tanta visión a corto plazo, ante tanta falta de capacidad para abordar con tino el problema humanitario y social con una legislación que –nunca se olvide– permite tanto grandes políticas de acogimiento como de intervención, influencia y trabajo en los países de origen. Se llama cooperación. Aquí parece que sólo está en juego el buenismo y la dureza, pues la política actual lo simplifica todo. Las Islas Canarias son nuestra Lampedusa. Hasta la primera ministra Meloni moderó su programa con los inmigrantes, efecto de una inyección fortísima de pragmatismo que recibió ante unos hechos gravísimos que conmueven a cualquier ser humano. Solo el Papa dijo la gran verdad, incómoda como lo son todas. No es cuestión de pactos, ni de izquierdas, derechas o extremos. Es un drama humano. Una vergüenza.
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