Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/Qué difícil es cantar con sencillez las cosas que de verdad importan, marcan nuestra existencia, condicionan nuestras emociones y conforman los principales hitos de nuestra vida. Isabel Fayos anunció la Cabalgata del Ateneo en el antiguo teatro Álvarez Quintero. Provocó en decenas de asistentes esa hermosa combinación de sufrir, pero con una sonrisa de felicidad en el rostro. Hay una memoria que hiere y reconforta, sacude y libera las almas al mismo tiempo, te deja clavado frente a ese espejo que permite ver la certeza de cuanto ha pasado y la incertidumbre que es aliada del porvenir. Fayos cantó al Niño Dios, a la virtud de la Esperanza, a la figura materna, a la paterna (verdadero pregón inclusivo y valiente), a la de los abuelos, a los niños de hoy y a los de ayer y, cómo no, a los juguetes a los que nunca se les agotan las pilas ni la cuerda porque siguen funcionando en el corazón de los recuerdos. Sin remilgos, sin cornucopias en el lenguaje, sin sensiblerías. Con ese estilo desprovisto de alharacas que va directo a la emoción, a la experiencia personal de cada oyente, porque todos tenemos cabalgatas en la memoria, incluso los que hace años dejaron de acudir al encuentro de un cortejo de alegría y dulces sabores. Porque la vida, al fin, es una cabalgata en la que a veces somos reyes y otras beduinos, pero en la que siempre somos niños, eternos niños de la mano de nuestros padres a la búsqueda de un rey mago que nos deje un caramelo, un guiño, una sonrisa esculpida para siempre en nuestro recuerdo. El cante de Laura Gallego y la declamación de un extenso poema a cargo de un niño prodigio, sobrino de la pregonera, enriquecieron un pregón conmovedor. No para ser leído, sino para ser sufrido con una sonrisa de satisfacción y gratitud, sublime contradicción que sólo nos puede generar quien como la pregonera posee la virtud de la autenticidad.
Porque en la vida hay que sufrir, reír, llorar, disfrutar, emocionarse, cantar, caerse, superarse... Isabel nos hizo vibrar con las grandes verdades, que supo tratar con esa serenidad tan propia de quien cuenta con el aval de la experiencia. La cabalgata es quizás de las cosas más serias de Sevilla. El paso del tiempo enseña que, como El Principito, está dirigida al público infantil, pero son los adultos quienes más la disfrutan, conscientes de la fugacidad del tiempo y responsables de construir en los niños de hoy los cimientos que mañana sostendrán la catedral de la memoria de cada uno. La cabalgata ya ha salido porque Isabel ha descerrajado el cofre que guarda esa memoria que duele y reconforta. Dichosa la que tiene el don de removernos para hacernos más fuertes al llevarnos por la senda de las grandes verdades.
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