La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
DE POCO UN TODO
LOS españoles no se merecen un Gobierno que mienta. Bien. Quitando la zozobra que produce siempre entrar en el terreno resbaladizo de los merecimientos, estoy de acuerdo en que ni los españoles ni nadie deberíamos tener un Gobierno mentiroso. Lo que nos aboca a la pregunta más inquietante de todas: ¿se puede mantener el poder sin unas dosis considerables de mentira, simulación y maquiavelismo?
Precisamente hoy, en el quinto aniversario del mayor atentado de la historia de España, no se me ocurre mejor homenaje a las víctimas que clamar por la verdad en todos los ámbitos de la vida pública, donde cinco años después la mentira sigue campando a sus anchas. No halla uno en donde poner los ojos que no espejee el brillo de un bulo.
Se negó la negociación con ETA. Se negó la crisis económica. La propia crisis financiera es, en buena medida, el resultado de un cúmulo de falsedades. Más falsos que Judas resultan los discursos separatistas, que se sacan de la chistera unas neonacionalidades históricas de cartón piedra, pero que luego configuran nuestro entramado institucional. Las cifras del paro están maquilladas, según denuncia la USO, y el número de desempleados es todavía más alto. Y suma y sigue.
Muy falsa resultó la presentación de las propuestas definitivas del comité del Ministerio de Igualdad para la elaboración de una nueva ley del aborto. Tan mentirosa, que buena parte de la sociedad se ha escandalizado. Que la ministra Aído venga a decirnos que uno de los objetivos de la nueva ley es la protección del niño por nacer es un embuste digno del Ministerio de la Verdad que George Orwell, ese profeta, imaginó en su novela 1984. En realidad, como todo el mundo sabe, la nueva regulación es una trivialización del aborto hasta tal extremo que para una menor será incluso más accesible que tomarse una cerveza.
Aunque es un tema tabú, el juicio del 11-M tampoco fue un dechado de veracidad. En la comisión de investigación y en el proceso asistimos a contradicciones clamorosas. El juez Bermúdez amenazó con condenar a quien fuese menester por perjurio, pero no lo hizo. Y a pesar de que todo el mundo aparenta una plena satisfacción con la sentencia, lo cierto es que aún no conocemos a los autores intelectuales de la masacre. Como el filósofo, reconozcamos al menos que sólo sabemos que no sabemos nada, o muy poco.
Urge una exigencia social de transparencia en todos los ámbitos. La verdad sí que sería una revolución política inédita: demostrar que el poder no tiene que maniobrar a la fuerza bajo un manto de sombra y fingimiento. Tratemos, por nuestra parte, de no merecernos menos.
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