La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Heredé de mi madre un temerario amor por el sol. Y les diría que no acudo a él por el afán codicioso, un tanto hortera, de quienes desean broncearse en exceso, me gustaría pensar que hay algo espiritual en ese acercamiento. Recibo su calor casi como una promesa, prende en mi ánimo, aviva algo parecido a la felicidad. No puedo evitarlo, me digo, con una filosofía que linda peligrosamente con la de un anuncio de cerveza: soy del Mediterráneo, soy del sur. A menudo me imagino a Cernuda conmovido en una playa mexicana tras sus estancias en Glasgow, Cambridge, Londres, Mount Holyoke, sintiendo que al fin llegaba a casa, comprendiendo que las raíces no se deben a un punto geográfico, consisten más bien en una temperatura, una atmósfera. "Un poco de luz puede consolarme de tantas cosas", escribió el poeta. Y es verdad: con los tonos dorados de una mañana, una tarde, rotunda olvidamos que hemos hecho de este planeta un lugar oscuro, que el hombre ha entregado su corazón a las sombras. Observamos el mar tan azul de Sorolla, o las piscinas de David Hockney, sus veranos perpetuos en nuestras retinas, y la vida se nos revela plena, sublime, alejada de la violencia, de la vulgaridad, el ruido. Hace dos años, sin saber que la pandemia nos obligaría más tarde a recogernos, tuve la suerte de viajar a las islas griegas. Me maravillaron no sólo por su belleza, también porque el aire parecía transmitir una sabiduría antigua, una forma de estar en el mundo, un legado que nos rejuvenecía y, al mismo tiempo, nos sugería que éramos eternos. Todo era luz allí.
Cada año, por estas fechas, cuando los días tan largos presagian la llegada de nuestra estación favorita, los hijos del verano nos liberamos de una carga pesada -la tristeza, el cansancio- que arrastramos durante el curso, y nuestra mirada se inclina a la belleza. De una habitación cerrada, sombría, pasamos a un jardín donde todo es fruto, o es flor: los conciertos, las fiestas, los enamoramientos, los baños en la playa, los paseos por la arena. Volvemos a ser niños, o adolescentes: reconquistamos esta luz de la infancia y por ello somos poderosos. Este año el edén nos espera tras unos meses en los que hemos conocido una suerte de infierno. Muchos, los que ya tenemos cierta edad, entraremos en las vacaciones ya vacunados, con nuestros mayores también ya a salvo del contagio, y este verano será un tiempo de reencuentro. Comeremos con nuestros familiares, nuestros amigos, con el miedo y las sombras del estío anterior atenuados, y puede que incluso, como tantas otras veces, bailemos descalzos sobre el césped. Este año, tras lo que estamos pasando, tenemos que aferrarnos a la luz.
También te puede interesar
Lo último