Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon
Sueños esféricos
EL invento de la Liga de Naciones nos ha evitado la proliferación de partidos amistosos de selecciones con un interés casi nulo, pero esta competición de nuevo cuño tampoco es que haya movido al personal a comprarse nuevos televisores, como suele ocurrir en los hogares españoles cuando llega la fase final de un Mundial.
Y si la expectación ya es tibia –confiese el lector que le cuesta recordar las cuatro selecciones contendientes y el calendario, incluso el propio nombre de la competición...– el mismo Luis Enrique Martínez le dispara una ráfaga de hielo, como si de Frozen se tratara, al interés con otro ejercicio de extravagancia y capricho en la composición de la lista de seleccionados.
Sus veleidades no tienen fin. Incluso si se lesiona alguno de los citados, como ha ocurrido con ese prodigio físico que atiende por Marcos Llorente, que suele jugar en diferentes demarcaciones de la franja derecha del terreno de juego, el preparador asturiano se acuerda de un chaval barbateño que suele culebrear por la izquierda, Bryan Gil, que ayer jugó un minuto ante el Aston Villa y que ha acumulado en lo que va de temporada cincuenta minutos repartidos en cuatro ratos en los estertores de los partidos.
Por no hablar de la citación del palaciego Gavi, un talento destinado a hacer carrera de la mejor en un club de primer nivel y en la propia selección, pero que en agosto pasado cumplió 17 años y lleva dos telediarios en la primera plantilla del Barcelona.
No es una persona empática Luis Enrique, todo lo contrario. En las ruedas de prensa apunta con la barbilla al techo con tono desafiante mientras atiende la pregunta de marras y con su ironía de sal gorda enciende debates innecesarios. Al público lo enfría y a la prensa la calienta. Lo contrario de lo que necesita nuestra selección.
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