La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
Aespaña su vecino más incómodo y el único que está en condiciones de darle serios dolores de cabeza le está echando el pulso diplomático más duro de las dos últimas décadas. En la diplomacia, como en casi todos los aspectos de la vida, las casualidades tienden a no darse. Si Marruecos ha decidido explotar a fondo el error cometido por España con la asistencia sanitaria al líder del Polisario y las circunstancias que han rodeado el caso es porque sabe que está en condiciones de hacerlo. Rabat, después de que uno de los últimos gestos de Trump en Washington fuera apoyar su política anexionista con respecto al Sahara ex español y de que Biden haya corroborado ese paso, ha decidido dejar solucionado para siempre este contencioso. Las maniobras conjuntas que anuncian Marruecos y EEUU justo en esta coyuntura son un gesto que no pasa desapercibido. También cuenta Rabat con el apoyo de Francia en la Unión Europea y el único obstáculo lo tiene en Madrid. La debilidad exterior de Pedro Sánchez -olímpicamente ignorado por el nuevo inquilino de la Casa Blanca- y el desastre de gestión política de la ministra González Laya le ponen por delante una oportunidad de oro que no piensa desaprovechar y ha decidido jugar fuerte. Todo indica que en esta partida lleva la mano ganadora.
Pero el Sahara, que de hecho ya es marroquí, no es el único objetivo expansionista del palacio real de Rabat. Cuando Mohamed VI tenga solucionado el tema de la antigua provincia española le llegará el turno a Ceuta y Melilla. Y ahí estaremos hablando ya de un tema de enorme gravedad que puede convulsionar una zona tan sensible en la geoestrategia occidental como es el estrecho de Gibraltar. La invasión consentida de varios miles de personas hace un par de semanas en Ceuta fue un aviso muy serio de la facilidad que tienen nuestros vecinos para crear un problema de convivencia sin tener que recurrir a la amenaza militar, como hizo en 2002 con la ocupación del islote de Perejil. Las dos ciudades españolas del norte de África se pueden convertir en un problema muy serio para España, y de paso para la Unión Europea, si nuestra diplomacia no actúa con la energía y la inteligencia que la situación va a requerir. Estamos hablando no solo de la propia integridad territorial del país y de los derechos de sus ciudadanos, sino también de la enorme capacidad desestabilizadora de la inmigración ilegal, el narcotráfico e incluso el terrorismo yihadista. No son cuestiones menores.
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