La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
SE ha quedado todos estos años en el lugar donde siempre estuvo. En la vitrina junto a la artística ventana de la fachada de Gamazo. Cerró el restaurante justo antes del primer estado de alarma. Y ahí sigue la vieja carta de un grande de la hostelería contemporánea. El edificio está en obras, pero la carta continúa dando su particular pregón de platos y precios. Es un aldabonazo, porque deja a muchos establecimientos de hoy en evidencia. Hasta febrero de 2020 se ofrecían en la barra de Becerra un total de 15 tapas con precios de entre 3,60 y 4,50 euros. En la carta del restaurante se ofrecían postres a 3,60 euros. Todo eso fue antes de ayer, como se dice coloquialmente. Quién sabe si hubiéramos visto colas de visitantes a la espera de una mesa si Becerra hubiera seguido abierto tras la pandemia. Sí sabemos que la vieja carta nos recuerda el mejor estilo sevillano de siempre, que nadie tenga dudas de cómo era cierta hostelería antes de que el mundo se quedara parado como nunca habíamos conocido y el turismo se disparara también como jamás habíamos imaginado. Esa carta que todavía está resguardada en la vitrina es como los testigos de la Catedral que le encantaba dejar a Alfonso Jiménez en sus años de maestro mayor conservador del templo. Que se sepa, que se sepa cómo era el pilar, el muro, el retablo o la cubierta antes de la intervención.
Una lista de tapas de toda la vida con su ensaladilla de gambas y las croquetas (con la precisión de “tres por tapa”). Sin excluir las originales como el pinchito de cordero y dátiles a la miel con cuscus, o el saquito de bacalao con ajoblanco. Hoy seguimos disfrutando de la creatividad de Enrique gracias a sus libros y a sus artículos en las redes sociales. Sigue siendo un ciudadano muy fino a la hora de observar cuanto le rodea y original al contarlo o denunciarlo, incluso con sus pequeñas gotas de acidez si es preciso. Enrique es tabernero y escritor, sevillano y hombre de mundo, niño grande y adulto sabio. Es de los que sufre con la hostelería de hoy porque sabe cocinar, servir y atender. Esa vieja carta, la última expuesta de un grandísimo negocio que contribuyó a hacer ciudad, es una bofetada de nostalgia, un baño de realidad a lo Mañara, In ictu oculi en la forma de entender el arte de servir, el noble oficio del hostelero, las relaciones personales... La carta demuestra esa exigencia que Becerra siempre le ha hecho a los nuevos en el gremio: antes de meterse en chuminás hay que demostrar el estilo propio con la ensaladilla y las croquetas. ¡Vaya si lo demostró este Enrique durante más de 40 años! Y hoy sigue en los fogones de la literatura.
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