
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El encanto de las prohibiciones en Sevilla
Tras ella, el altar del septenario. Frente a ella, el palio que la aguarda. A su derecha, el trono de sangre y espinas del Santísimo Cristo de la Coronación y la calle de la Amargura por la que camina Nuestro Padre Jesús con la Cruz al Hombro tendiendo la mano. No en busca de apoyo, sino para darlo; no porque vaya a caer, sino para que no caigamos. Mano auxiliadora, rescatadora, a la que se agarran los hermanos del Valle antes de que su nombre sea escrito en uno de los cirios de la candelería.
La Virgen del Valle está en besamanos. No cabe más de la mejor Sevilla en la Anunciación. Hay unas pocas imágenes que tienen el poder de representar toda la Semana Santa. Hay unas pocas cofradías que resumen toda la Semana Santa. Ante ellas una voz nos dice por dentro: ¡esta es la Semana Santa de Sevilla! La del Valle es una de ellas. Perfección que no resta emoción. Belleza que alienta la devoción. Norma, canon, medida, modelo. Serenidad de quien nada ansía porque todo lo tiene. Quietud de quien ha alcanzado la excelencia. Fidelidad de quien no tiene más meta que ser ella misma porque nada mejor puede hacerse a mayor gloria de Dios con la modestia de los medios humanos. Siempre igual, siempre fiel a lo que solo los siglos han ido perfilando y puliendo.
Lección para los necios que confunden valor y precio, para quienes creen que la Semana Santa se vende al peso, para quienes presumen de números olvidando que de las cofradías debe decirse lo mismo que Juan XXIII dijo de los cristianos: “El número significaría poco si faltase la calidad, si se quebrantase la fortaleza de los mismos fieles en la profesión cristiana y si no hubiera profundidad en su vida espiritual”. Que ni en Sevilla ni en su Semana Santa manda el número, sino el sentimiento pleno, la medida belleza y la devoción que los tres pasos del Valle representan y sus sagradas imágenes suscitan. Lo dije hace tres décadas, en mi pregón. Y lo sigo diciendo hoy.
Hermandad de poetas, pintores y músicos, por ser imán de afiladas sensibilidades. Cuando Rafael Montesinos, que fue hermano y en su juventud vistió su túnica, quiso jurar por lo que más valoraba o amaba, lo hizo por los ojos de la Virgen del Valle. Juan Sierra expresó como nadie el manso llanto de la Virgen sirviéndose de su magistral uso de la alusión y la metáfora para expresar la esencia de una imagen: “Es ya tarde. Recogen tu tristeza los últimos espejos”. No cabe decir más.
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