Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La tragedia de Valencia aún no se ha podido cuantificar en vidas humanas ni en daños materiales. Todavía no se ha podido acceder a todos los garajes, casas y vehículos para encontrar posibles víctimas, y enormes amasijos de cañizales y barro lo ocupan todo. El mar empieza a devolver algunos cadáveres arrastrados por las aguas de las torrenteras hasta la costa. El dolor, el espanto a veces, queda superado por el estupor que se aprecia en algunos supervivientes. Por la velocidad y magnitud de las aguas que arrasaron todo a su paso ¿Cómo es posible que haya sucedido esto?
Una terrible ironía, que el agua, las cañas y el barro que para Vicente Blasco Ibáñez eran una metáfora de la laboriosidad y espíritu luchador del huertano levantino, sean en esta ocasión herramientas de destrucción. Tiempo habrá de conocer todas las consecuencias, de actualizar sistemas de alerta y prevención adaptándolos a las altas temperaturas de las aguas del Mediterráneo y su respuesta meteorológica. El pasado 12 de agosto la boya de Sa Dragonera, en aguas de Baleares, registró 31,87 grados de temperatura, récord absoluto en nuestras costas.
Todo esto habrá que tenerlo en cuenta, sobre todo en un territorio fuertemente urbanizado como el del área metropolitana de Valencia y su entorno. Con un total de 1.609.856 habitantes, distribuidos en una extensión de 628,9 km² y con una alta densidad de población de 2.514 hab./km². Compuesta por la capital valenciana, y lo que han llamado el continuo urbano, que incluye la comarca de la Huerta de Valencia y dos sucesivas coronas con un alto crecimiento de población en los últimos años. El estupor se empieza a entender en una metrópoli floreciente, con pueblos en crecimiento y expansión, numerosas urbanizaciones y polígonos industriales plenos de actividad y grandes centros comerciales. Y muy bien comunicada. Hace poco veía con envidia la red de Metro con 10 líneas y la extensa red de cercanías con 6 líneas, así como las carreteras que unen todos los municipios y las sucesivas circunvalaciones y enlaces con la A3, que comunica con Madrid y la A7 que conecta con Cataluña.
Pero ese fuerte proceso de urbanización impermeabiliza lo que antes eran campos de labor y las aguas de escorrentías no se absorben y buscan ramblas y torrenteras en su camino hacia el mar. Las carreteras y vías férreas cortan esos flujos de agua con puentes, viaductos y trincheras ferroviarias, que son sucesivos obstáculos en el camino de las aguas. La prueba está en la cantidad de tramos afectados. El agua torrencial quería pasar por allí y pasó. No digo que sea la causa principal de la catástrofe, porque la cantidad de lluvia caída ha superado todas las previsiones, pero de lo que estoy seguro es de que no ha ayudado que el territorio esté casi totalmente urbanizado y que quizás hallamos sido tacaños en las previsiones de las infraestructuras, con rieras canalizadas demasiado estrechas y pasos bajo carreteras demasiado cortos. Avisados estamos.
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