¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
A diferencia de las grandes borrascas, las DANAS no llevan un nombre, lo que es toda una metáfora de la imprevisión que nos ahoga, el fenómeno meteorológico más adverso al que se puede enfrentar este país carece de esta consideración. No es grave pero es representativo de la ceguera con la que observamos a la naturaleza. El huracán Katrina perdió su nombre, las autoridades estadounidenses lo desbautizaron después de la ciénaga de vergüenza que causó la inutilidad de un Estado para hacer frente a unas inundaciones que dejaron 2.000 muertos, la destrucción parcial de Nueva Orleans y una ola de saqueos y violencia que llegó hasta el Superdone, donde se refugiaron quienes no quisieron marcharse.
Lo de Valencia es nuestro Katrina, ha sido la mayor catástrofe sucedida en España, los muertos superan a los de los atentados del 11-M en Madrid, pero cinco días después seguimos sin saber la cifra total de fallecidos, los cadáveres se pudren en las casas y en los subterráneos y aún no llega la ayuda a algunas calles de las zonas cero. Como en Estados Unidos en 2002, la cadena entre administraciones nacional, autonómica y municipal volvió a fallar, el Gobierno central prefirió situarse atrás para no ser acusado, como lo ha sido en muchas ocasiones, de intervencionismo autoritario, y al Ejecutivo de la Comunidad Valenciana le ha faltado la humildad para reconocer que la catástrofe le desbordaba.
Pero no es el momento de la hoguera, sino de analizar de un modo objetivo lo sucedido y extraer conclusiones para que las siguientes inundaciones no provoquen tanto daño, porque se sucederán otras muchas y serán más potentes. La temperatura del Mediterráneo alcanzó este verano los 31 grados en una boya cercana a las Baleares, y el martes pasado aún se situaba entre los 22 y 23 grados, la frecuencia y potencia de las danas va en aumento desde finales del siglo pasado. Esta gota fría, además, se desplazó de modo poco habitual hacia el oeste, de modo que llegó a afectar no sólo al Levante y a la costa mediterránea andaluza, sino también a la atlántica.
El aviso de peligro no puede ser una decisión política, la de Valencia llegó a las 20:03 horas, cuando a muchos de los afectados ya les llegaba el agua por el pecho, no deberían admitirse otros condicionantes, como el económico o el riesgo de no acertar. Y la población... la gente debe saber qué hacer, en Valencia corrieron a sacar los coches de los garajes, a ponerlos a salvo en lo que fue una trampa mortal masiva después de toda una cadena de errores. Nuestro Katrina, el hedor de la muerte.
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