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Rafael Padilla
La paradoja de la privacidad
Sí, y tan abruptamente como nos dicen que llegó, aunque poco a poco vamos conociendo con detalle la negligencia criminal de las autoridades a la hora de afrontar lo que desde febrero era una verdadera amenaza. Me cogió en Roma el estallido de la enfermedad en Italia con sus primeras víctimas y el aislamiento de pequeñas localidades lombardas. Cuando regresé a España, el 23 de febrero, me sorprendió que en Barajas no hubiera el menor control de viajeros. Aún convenía decir que el Covid-19 cursaba como una gripe sin importancia y que usar mascarilla era una invitación al pánico social.
Hoy, casi 50.000 muertos después, el miedo al contagio se ha instalado en nuestras vidas, aunque en unas más que en otras. Sin duda existe el justo término medio entre los cretinos del botellón de Tomelloso y los ridículos excesos que uno ve y padece un poco en todas partes. Por ejemplo, en muchas iglesias, para que nadie diga, y en todas las universidades porque siempre vamos por delante, se ha entrado en una escalada dentro de la desescalada a ver a quién se le ocurre el mayor despropósito. Si esto dura lo bastante, algunos párrocos conseguirán que sólo los maníacos vayan a misa y los rectores que los profesores nos veamos con los alumnos en las cafeterías y los parques y no en los despachos. No es broma, acabo de recibir un correo advirtiéndome de que las revisiones de exámenes, que lógicamente se hacen de uno en uno, ¡deberán ser por videoconferencia!
Mientras tanto, un concienzudo análisis de las aguas fecales de Valencia -¿cómo no querer a estos sanitarios nuestros?- ha ofrecido el resultado de que el virus ha prácticamente desaparecido de la ciudad. ¿Milagro de la Virgen de los Desamparados a la que el cardenal Cañizares asomó a las puertas de su templo con gran escándalo de los beatos laicos? No lo descartemos tan a la primera cuando ya hasta el doctor Simón resucita muertos a diario, y por centenares, eso sí, tras haberlos matado previamente. Los médicos ilustrados estaban convencidos de haber acabado con la peste en Europa gracias a sus bastante ingenuas medidas profilácticas. Sólo mucho más tarde se supo que el exterminio de la rata negra, transmisora del bacilo a los humanos, por la rata gris había hecho posible ese gran triunfo de la ciencia. ¡A saber a qué microorganismo benéfico debemos en verdad el declive del coronavirus tres meses exactos después de su apoteosis!
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