La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Minerva, la diosa del gobierno local
Nadie quiere huir de la miseria instalándose en Cuba. Y nadie quiere huir de la miseria instalándose en Venezuela. Los haitianos, por ejemplo, tan maltratados por la injusticia y la violencia y la desigualdad, huyen a la República Dominicana o huyen a Estados Unidos. Pero ningún haitiano quiere huir a Cuba. ¿Por qué? Porque Cuba es un país que malvive en la pobreza y en la desesperación y que no ofrece esperanzas a nadie, empezando por los propios cubanos. Y lo mismo puede decirse de Venezuela, ese país donde el “socialismo del siglo XXI” ha expulsado a siete millones de ciudadanos que ahora malviven en otros países de Sudamérica o en Estados Unidos haciendo los trabajos que nadie quiere hacer. Pero ¿no se supone que Cuba y Venezuela eran paraísos igualitarios donde reina la justicia y la felicidad? Sí, por supuesto, pero eso sólo es sobre el papel (y sobre todo, eso sólo es un mantra que se repite en los departamentos universitarios de Occidente donde se enseña a despreciar el capitalismo). La realidad es que Cuba y Venezuela son países destruidos por una ideología delirante que jamás ha conseguido crear un solo país próspero en ningún lugar del mundo. Y aun así, gente como Rodríguez Zapatero y Yolanda Díaz y Pablo Iglesias y Ernest Urtasun e Irene Montero e Íñigo Errejón y la ministra de Sanidad y la ministra de Juventud y tantos otros ministros y ministras –e incluso Pedro Sánchez– comparten las ideas económicas y sociales que han fracasado por completo en Cuba y Venezuela. Cuando alguien se proclama “comprometido” y “anticapitalista” y “antifascista” y “defensor de los Derechos Humanos”, su idea de la política es la misma que se ha aplicado en Cuba y Venezuela.
El verano pasado, una venezolana que había tenido que exiliarse en España me lo contaba en un café de Mallorca: “Tengan mucho cuidado ustedes los españoles, porque lo que pasó en Venezuela cuando llegó Hugo Chávez es lo mismo que está empezando a pasar aquí. Estos tipos actúan poco a poco: van copando el Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas, los periódicos, las televisiones, y al final se hacen con el poder absoluto bajo un simulacro de democracia fraudulenta. Tengan cuidado porque nosotros ya hemos vivido lo que ustedes están empezando a vivir”.
Asombrosamente, hay mucha gente que aún no se ha dado cuenta.
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