La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La última ilusión del cura Lezama en Sevilla
La aldaba
Era muy difícil afrontar el reto de otra manera cuando se llegó a la fecha sin apenas experiencia, pues la Semana Santa pasada fue pasada por agua y quedó diezmada. Ocurre que tenemos una memoria muy frágil. Por fin hubo un criterio a la hora de hacer las cosas, un modelo de organización definido. Restrictivo, sin contemplaciones y basado en las previsiones más inquietantes. Se podía estar de acuerdo o no, se podían exigir matices, demandar estudios más adecuados a las puntas de demanda, los horarios y recorridos a la hora, por ejemplo, de clausurar las terrazas de veladores, pero se hizo como se hizo. Y ha sido un éxito. Se acabó con la rabia a base de matar al perro, critican algunos. El alcalde hizo de alcalde, no como aquel candidato al que salía barato hablar en contra de la ley seca, ¿recuerdan? Por eso Oseluí hizo suyo el programa de fuertes medidas de seguridad de anteriores gobiernos, una serie de cautelas preparadas tras las madrugadas de tumultos y la psicosis de atentados terroristas en Europa. De ahí por ejemplo el autobús atravesado en el Paseo de las Delicias. En la era de los excesos y la mala educación hay que poner rayas rojas para que el público se oriente, porque en la sociedad de hoy nos han vendido que tenemos derecho a todo y por eso precisamos de un policía y un barrendero detrás de cada sevillano cuando hay que meternos en cintura. El gobierno no quiso riesgos. Y no hubo incidentes.
El problema es que el alcalde la lía cuando dice que hubiera tomado otras medidas con los bares si hubiera conocido las cifras reales de asistentes. ¡Y si yo tuviera una escoba, Oseluí, cuántas cosas barrería! Sanz se mete en unos jardines que lo llevan al agua gélida del estanque. Era urgente guardarse cierta reflexión a toro pasado, defender el modelo tan acertado por el que se apostó, insistir en primar la seguridad de todos por encima de todo, aludir a los fuertes días de consumo que ahora vienen y que, seguro, engordarán las arcas de la hostelería y el comercio. El alcalde no puede quedar como un agradaó cuando ha solventado con éxito el día más delicado del calendario. Gobernar es precisamente lo que ha hecho el pasado 8 de diciembre. No le dé más vueltas a ese tiovivo. El modelo es exportable a la Semana Santa, quizás sin la brocha gorda de suprimir todos los veladores durante las 24 horas de una jornada. ¿Eso de arrepentirse de las medidas restrictivas es cosa del complejo del centro-derecha? Se ha obrado de buena fe y con la tensión exigible. Sevilla en temporada alta de cofradías es una ciudad de cuñados que se organizan en bullas en las que el mismísimo alcalde no se puede meter como uno más. Porque le birlan la cartera de la seriedad. Esto no es la barra del Entrecárceles o La Fresquita. Es el gobierno de una ciudad de casi 700.000 habitantes. El alcalde acertó. Solo debió no dudar de esa forma de sí mismo justo al día siguiente. Oseluí habla demasiado. Debe ser el efecto del frío.
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