Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/La cuaresma de 2019 fue la última vivida con normalidad antes de la pandemia. Los sevillanos ignoraban que no habría Semana Santa ni en 2020 ni en 2021. El Teatro Lope de Vega acogió la representación de El funeral, de Manuel M. Velasco, protagonizada por su madre, Concha Velasco, acompañada por Jordi Rebellón, Irene Soler, Irene Gamell y Enmanuel Medina. Fue la penúltima ocasión en la que actuó en Sevilla, antes de que el mundo se parara como nunca antes habíamos conocido. Aquella vez estaba todavía plena de facultades. Volvió otra vez, de nuevo al mismo teatro, para protagonizar La habitación de María, donde la actriz representó a la escritora Isabel Chacón. Se trataba de un monólogo que suponía un esfuerzo considerable para un actriz ya con los 80 años cumplidos. La prueba fue superada con sobresaliente por una artista que siempre tuvo claro que en Sevilla se hospedaba en el Hotel Doña María y acudía para almorzar y cenar a Casa Robles. Recuerdo la crítica firmada en Diario de Sevilla por Rosalía Gómez, cuando con todo tino nos alertaba: “Aparece la posibilidad de que sea la despedida de una Concha Velasco que ha sido realmente una grande de las grandes. Una actriz que encarna más de medio siglo de teatro, de cine, de televisión y de historia de España, con todas sus contradicciones, y a la que el púbico despidió con piropos y con un enorme cariño, puesto en pie al final de la representación”.
La actriz tenía un plato preferido en el negocio de la calle Álvarez Quintero: las ortiguillas. Convirtió a su marido, Paco Marsó, es un gran aficionado a este restaurante. Hace dos años nos dejó unas confesiones grabadas con motivo del homenaje en forma de libro dedicado a don Juan Robles. Hoy son perlas para el recuerdo: “Yo llamaba a Juan para todo cuanto me ocurría en Sevilla, como cuando un hermano mío se cayó. Nunca he dejado de ir a Robles, sobre todo porque no cambian la barra ni la decoración. Y eso es muy importante”. Y no disimulaba la pelusilla que le provocaba que Marsó siguiera yendo a Robles después de la separación del matrimonio. Ella tenía un concepto hermosamente patrimonialista del restaurante sevillano. Su último almuerzo en Sevilla tras actuar en el Lope de Vega fue en sus salones, en un mesa con Mariló Montero y Charo Padilla. La diosa no volvió más. Vivió plenamente, intensamente, a veces incluso arriesgadamente. Amó con pasión, trabajó con fervor y, al fin, ha estado muy buen cuidada. Ha tenido la dicha de una buena muerte. Ayer se brindó por ella en Robles. La decoración sigue igual, Concha.
También te puede interesar