La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla/Vivir en el centro de Sevilla puede resultar una verdadera paliza cotidiana sin necesidad de tener un bar de copas próximo. Basta con que su vivienda se encuentre en una de esas calles de paso obligado de turistas a la búsqueda de la Catedral, el Alcázar, un tablao flamenco, la Casa de Pilatos o la parada del autobús que deje cerca de la muy estresada Plaza de España. La ciudad estaba triste sin turistas, decía un arzobispo de Sevilla, pero por momentos es un verdadero suplicio para muchos vecinos. No una molestia, un estorbo o una incomodidad, sino una verdadera tortura. Hay cada vez más señales del hartazgo de residentes y de negocios que no pueden aguantar más los efectos de un turismo excesivo. El otro día vimos el cartel de una casa próxima a la Plaza de la Alfalfa donde se puede leer en español y en inglés: “No tocar el cristal, no hacer fotos, esto es una casa, no un museo ni una tienda de animales”.
En Sevilla no cabe un bar más, una terraza de veladores más, un turista más, una procesión extraordinaria más, una carrerita dominical más, una despedida de soltero más, un hotel más, un apartamento turístico más, un hostel más, un espectáculo en la Plaza de España más, una final de fútbol más... Somos la ciudad de los excesos en el centro histórico, tal vez porque tenemos uno de los más extensos del mundo. Ni siquiera en agosto nos libramos ya de la ocupación del casco antiguo por usos, costumbres y hábitos que nunca fueron los nuestros. Algún día vendrán los antropólogos a analizar cuanto decimos. El acoso que tienen que sufrir unos vecinos para realizar semejante advertencia debe ser similar a lo que deben haber aguantado algunos restaurantes para no aceptar cenas ni almuerzos de despedidas de soltero. No sé si algún día reaccionaremos a las bravas como ocurrió en Cataluña antes de la pandemia. Esperemos que no. Pero pasa el tiempo y no sabemos modular el turismo, del que vivimos.
Somos incapaces de regular la convivencia en determinados espacios que los sevillanos hemos directamente perdido, entregado o sacrificado. Los viernes a mediodía se produce un cambio de piel brusco en el centro hasta el domingo por la tarde. Pareciera que la ciudad se transformara en una extraña criatura y los sevillanos se esfumaran hasta el lunes por la mañana. Sufrimos unos excesos bestiales, pero hay quienes miran a otro lado. El sueño de la economía genera monstruos. Los fenómenos de masa entrañan muchos riesgos. Acabaremos con un distintivo común para puertas y ventanas: “Esto no es para turistas”. Se trata de vivir (del turismo), no de ahogarnos.
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